Límites

Había estado esperando Su llamada todo el día, por más que supiera desde el mismo momento en que Ella se lo dijo que la llamada no iba a llegar. Exactamente igual que sabía que el centenar de conversaciones que tuvo en su cabeza con Ella quedarían en cero, una vez más.

Pero esta vez tomó nota, esta había sido la gota. Esta vez fijó unos límites que no iba a permitir que nadie rebasara. Nadie.

Ni siquiera Ella

Sofocón

Aquello se iba a convertir en un punto de inflexión, pero de los de verdad. Porque a Ella se le había ido la cabeza, y el comentario más bien intencionado que él podía hacer, lo había convertido en una ofensa, o vete tú a saber.

Y él, por primera vez en años, se dio cuenta de que no tenía por qué pagar Sus platos rotos, cuando lo único que ansiaba era estar cerca de Ella y cuidarla y apoyarla como siempre, pese a sus propios propósitos de alejarse y bla bla bla.

Así que, tras un inconcebible momento en que él se vio mandándola a Ella al carajo y dejándola con la palabra en la boca, se vieron discutiendo otra vez sin sentido ninguno en vez de hacer las paces, porque Ella no atendía a razones. Y él se sintió herido, furioso y hastiado, hasta el punto de marcharse casi sin despedirse. Al fin y al cabo, llevaba toda su vida aceptando que el resto del mundo, Ella incluida, pagase sus frustraciones con él, y su vaso ya rebosaba más que de sobra. Así que, con el corazón más roto que nunca, puso rumbo a casa apretando el paso, haciendo acopio de toda la dignidad que le quedaba.

Porque el sofocón, la llorera y la noche sin dormir no se las iba a quitar nadie.