Había sido una noche extraña. Tanto por la compañía como porque cuando ya tenía decidido que se iba, escuchó Su voz entre la multitud. Un rápido vistazo confirmó que era Ella, sentada en la barra casi detrás de una columna. No la había visto entrar, pero no debía de llevar mucho tiempo allí, y se preguntó cómo no se había percatado de Su llegada. De hecho, de no ser por su súper oído, ni siquiera se habría dado cuenta de que estaba allí.
Se debatió entre acercarse a saludar o disimular, y optó por lo segundo. Si se acercaba, se le presentaría la tentación de quedarse con Ella, y aparte del cansancio y de las cervezas que ya llevaba, no se sentía con fuerzas para enfrentarse a otra velada con Ella fingiendo que nada le importaba. Así que eligió justo el ángulo en el que la columna le tapaba, pagó sus consumiciones y salió con su acompañante sin mirar nada más que a la puerta, cruzando los dedos para que las personas que estaban con Ella no le reconocieran y Le avisaran.
Volvió a casa preguntándose cómo habían llegado a aquel punto, cómo las decisiones de ambos los habían llevado a evitarse en lugar de buscarse. Se maldijo a sí mismo por el puto contacto «medio-cero», y decidió acabar aquella noche con hasta la última gota de sus reservas de bourbon, porque no quería ni siquiera escribir sobre ello.
Y mientras se tambaleaba camino de la cama, la maldijo también a Ella por seguir siendo «su Ella», pero mucho más a su super oído por terminar de arruinar una noche que ya empezó torcida.