Estuvo a punto de caer en la tentación de pasarse todo el domingo pensando en Ella y en si algo habría cambiado tras Su insistencia en que quedaran un rato en el bar de siempre a tomar algo.
Pero se contuvo, porque la respuesta era no: si hubiera cambiado algo, Ella se lo habría dicho.
Así que nada en que pensar, excepto en volver a encerrarse en su caparazón para no sentir, y en seguir buscando un camino por otro lado.
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«Anda, ven»
«Anda, ven».
Las mismas dos palabras que siete años atrás, en aquella maravillosa tarde a la que solo le faltó un beso para ser perfecta.
Durante aquellos siete años, él había salido corriendo a Su encuentro cada vez que Ella se lo había pedido. Y sin embargo, esta última vez dudó: no solo por las obligaciones familiares que tenía, sino por ser honesto consigo mismo y con la decisión de alejarse del todo de Ella. Pero tenía tantas ganas de verla, de comprobar que se encontraba bien, de colgarse otra vez de Sus ojos…
«Anda, ven», y él fue. Y cuando volvía a su casa decidiendo que aquella noche necesitaría un bourbon porque no podía dejar de pensar en Ella, otra vez, se arrepintió de haber ido.
Siete años y un millón de cosas después.
Demoledoras
Había canciones que seguían siendo demoledoras. Canciones que arañaban, que dolían, que lograban colarse una y otra vez en medio del algoritmo aleatorio, canciones que sorteaban todos los obstáculos que él mismo les ponía y que sonaban cuando menos lo esperaba.
Aquellas canciones arrasaban con todo a su paso y le borraban la sonrisa, le hacían torcer en gesto, le distraían de lo que estuviera haciendo. Porque aquellas canciones, más allá de versos o melodías, eran días, eran momentos, eran miradas, eran besos. Aquellas camciones no eran deseos ni anhelos, sino que eran recuerdos, concretos y vívidos, de todo aquello que un día tuvo y perdió.
Y nada peor en el mundo que tener que recordar lo que más se deseaba sabiendo que nunca volvería a ser.
Plan Z
Había disfrutado mucho de otro día de evento en el gimnasio, como siempre, pero la realidad era que había fallado su plan A, su plan B y su plan C. Por fracasar, había fallado hasta su plan Z, aquel que solo existía en lo más profundo de su corazón y requería de una auténtica carambola cósmica para poder realizarse.
Estaba convencido de que, en algún momento, su suerte habría de cambiar, pero qué larga se le estaba haciendo la espera…
Aburrimiento
Se daba cuenta de que ya no tenía nada sobre lo que escribir desde que se había auto-impuesto la prohibición de hacerlo sobre Ella.
Estaba claro que la vida sin amor, aunque fuese uno platónico, imposible y no correspondido, era un auténtico aburrimiento.
Persistir
Definitivamente, no estaba disfrutando de su experiencia en yoga. Primero porque en el aspecto físico se sentía torpe, ridículo e inútil, se avergonzaba de sudar a mares, y descubría que su cuerpo estaba permanentemente en tensión. Y segundo, porque cada vez que cerraba los ojos y trataba de despejar la mente y relajarse, lo único que aparecía en su cabeza era justamente aquello que necesitaba dejar atrás.
Tenía claro que debía seguir intentándolo, pero tampoco se iba a empeñar en persistir en algo que le generaba tensión y nerviosismo. Para eso ya tenía sus noches.
A fondo
Estaba siguiendo el plan al pie de la letra: cambio de rutinas, mucha actividad para mantenerse ocupado, moverse por nuevos ambientes y con nuevas personas, escuchar nuevos estilos y grupos musicales, apretar los puños y los dientes para resistir la tentación de una nueva recaída.
Pero tener que emplearse a fondo continuamente era agotador, porque cuando el amor era auténtico e incondicional, alejarse se convertía en una obligación extremadamente difícil.
Aliciente
Se preparaba para salir otro sábado noche, y tenía las mismas pocas ganas y el mismo poco aliciente que en las semanas anteriores. Iba a ir a los mismos bares medio vacíos, iba a ver a la misma gente medio borracha, se iba a gastar una fortuna para nada y se volvería a casa cansado, aburrido y sintiéndose como el hombre invisible una vez más.
Seguramente otra noche desperdiciada y sin aliciente, porque el aliciente que siempre tuvo ya no estaba, había quedado atrás.
Menos triste
Desde que había empezado a alejarse no se sentía menos triste. Más tranquilo y sosegado quizá sí, pero no menos triste.
Y la prueba era que, en el momento en que intentaba dejar la mente en blanco como en las clases de yoga, la misma y única imagen que aparecía con total nitidez, era la de siempre.