Volvía solo a su casa una vez más después de muchas horas de alternar por segunda noche consecutiva, y de nuevo se sentía como si caminase con unos zapatos de acero. Pero aquella noche había reído, había charlado, había bailado, incluso había flirteando, y de haber tenido un escudero en condiciones, quién sabe lo que había logrado.
Así que, con un atisbo de sonrisa en los labios, decidió ahorrarse el bourbon para minimizar la resaca y ganar horas de sueño, porque aunque su vida continuara discurriendo muy cuesta arriba, antes o después acabaría encontrando pequeños descansos en el camino.
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A toda costa
Cita
No le estaba siendo nada fácil emprender su nuevo camino. Había demasiados vínculos, demasiadas rutinas, demasiados sentimientos tan profundamente enraizados dentro de él después de dos décadas, que tenía que obligarse a no pensar, a no sentir, a no buscar, a no escribir, y era un tremendo esfuerzo.
Y encima estaba el tema de Su inminente cirugía, que le tenía tan preocupado que deseaba escribirle a todas horas. Pero no iba a hacerlo. Le había prometido a ambos que se iba a alejar, y estaba decidido a mantener su promesa a toda costa. Seguiría estando pendiente y disponible por si ocurría algo serio, pero nada más. Porque en aquel par de semanas se había dado cuenta de cuán huérfano de amor y cariño estaba, y tenía que remediarlo.
Lejos de Ella.
A toda costa.
Se acabó
Después de mucho reflexionar, había sacado sus conclusiones: se acabaron las canciones, se acabó el guardar memes y reels, se acabaron las «coincidencias» con las películas y series, se acabaron los algoritmos y el karma, se acabó el puto hilo rojo. Y, sobre todo, se acabó el escribir sobre Ella.
Porque se había convencido de que, al final, él estaba antes que nadie, y que su atención y su afecto eran lo suficientemente valiosos como para no andar regalándolos a nadie, ni siquiera a Ella. Quien los quisiera, se los tendría que ganar.
Decidió que si la «amistad sincera» que Ella le ofrecía consistía en el silencio, la distancia y el contacto cero de siempre, eso es lo que iban a tener; había deducido que él se había convertido en un problema incómodo para Ella, que realmente aquellos mensajes horribles sí eran para él y no fruto de un error, que Ella no había sabido o querido explicar o arreglar aquella situación más que dando un portazo como siempre, y que él ya no podía seguir pasando sus días conformándose con las migajas que cayeran de Su mesa.
Se iba a concentrar en encontrar a alguien a que le buscase a él, que le escribiera, que quisiera verle y pasar tiempo con él, que le tocara y le acariciase, que le regalaste sus besos. Pero, sobre todo, iba a encontrar a alguien que le demostrase todas aquellas cosas, para dejar de romperse la cabeza imaginando si hay «esto, lo otro o lo de más allá».
Porque, aunque estaba seguro de que Ella le quería, el espacio en Su vida que le dedicaba no era lo que él necesitaba, y ya no podía seguir esperando milagros ni amores románticos de pelis de Disney. Él necesitaba besos y abrazos, mensajes de » tengo ganas de verte, cuándo quedamos», miradas eternas que terminasen en un «ven y bésame, tonto», veladas que acabaran en una cama crujiendo y amenazando con romperse. Y nada de aquello lo iba a encontrar en Ella.
Así que esta vez sí, se acabó. Se sentía preparado y las fuerzas necesarias para enfrentarse al enorme enorme hueco que Ella iba a dejar en su vida, y confiaba en que Ella supiera hacer lo mismo con el suyo, porque ya no iba a esperarla más.
Solo le faltaba por decidir qué hacer con su Refugio , porque lo tenía tan unido a aquella historia que quizá sería mejor abandonarlo. Pero, por otro lado, podría serle útil como demostración personal de que había comenzado realmente una nueva vida. Así que no tenía claro si seguría escribiendo o no, lo único seguro era que, después de aquella noche, sobre Ella ya no iba a hacerlo más.