Trascendental

Tal y como se había tenido, no hubo llamada. Solo un audio con aquella voz seria y fría que tan poco le gustaba pidiéndole que no le escribiera, y un mensaje duro y breve riñéndole por haber contestado a Su audio.

Mientras se esforzaba por mantener a raya la tormenta que había dentro de su cabeza, se despejó toda la tarde y se quedó en casa por si Ella llamaba, para que nada ni nadie Le impidiera atender aquella llamaba que iba a ser trascendental. Intentaba no pensar, no escuchar, no escribir, no hacer nada. Porque en lo más profundo de su ser, sabía que no estaba preparado ni tenía las fuerzas suficientes para afrontar la magnitud del cambio que se avecinaba, y estaba aterrado.

Pero no hubo llamada. Bien porque no pudo o porque no quiso, Ella no atendió su ruego. Quizá no se daba cuenta de que cuán importante era aquella llamada para que él pudiera seguir con su vida, de una forma o de otra.

O quizá no quería darse cuenta.

Magic

Y justo entonces, cuando a pesar de la claridad que empezaba a insinuarse por su ventana y el huracán que seguía azotando su cabeza parecía que se empezaba a quedar dormido, sonó en sus auriculares «Magic» de Coldplay, la canción que Ella le había enviado apenas unos días antes por su cumpleaños.

Y quizá por el exceso de bourbon, el exceso de vueltas a su cabeza, el exceso de dolor en su corazón, el exceso de horas desperto o por todo a la vez, los ojos se le llenaron por fin de lágrimas y se convenció de que aquella noche ya no iba a dormir.

De golpe

Varias horas y tres cuartos de botella de bourbon después, continuaba dando vueltas en la cama sin poder dar crédito a lo que había pasado aquella noche. La parte más ingenua de él le decía que aquello no había ocurrido, que todo había sido un malentendido; su parte más conspiranoica ya azuzaba con traiciones, agravios y desprecios de todo tipo comenzando con la ausencia de la prometida llamada Suya al día siguiente; y su parte racional trataba de mantener la calma, mientras se negaba a publicar el millón de entradas que habría podido escribir en aquellas horas de locura, incertidumbre y desesperación.

Porque todo era tan contradictorio, tan inesperado, tan súbito, que se veía incapaz de procesarlo si no tenía más información. Y esa era la clave, dominar su eterna tendencia a ponerse en lo peor, antes de tener algo en firme a lo que agarrarse.

Estaba claro que el tema pintaba fatal, y que si se confirmaban su intuición y sus peores temores aquello iba a suponer un auténtico apocalipsis y un punto de inflexión absoluto, porque había un mínimo de dignidad y orgullo que no podía ser rebasado, pero tenía que asegurarse de la manera que fuese.

No dejaba de pensar en la cantidad de veces que había estado a punto de escribirle lo de «ya no puedo esperarte más» en el último año, sobre todo en las últimas semanas. Y lo que se había alegrado, entre comillas, de no haberlo hecho después de la noche de su cumpleaños en que habían vuelto a ser casi los de siempre. Y sin embargo, si su intuición se confirmaba…

Solo habla algo absolutamente claro e innegable: aunque aún le restaban dos semanas y un viaje de sus vacaciones, el buen humor, las sonrisas, el buen rollito y el «flower powerismo» del autoproclamado #SuMejorVerano se habían acabado de golpe.

Libro

No sabía ni por donde empezar, porque lo que había pasado aquella noche tenía toda la pinta de que iba a cambiar su vida por completo y sin vuelta atrás. La historia había empezado por la tarde de la manera más tonta, con Ella contestando a uno de sus insignificantes estados sobre sus entrenamientos y, para sorpresa de él, intercambiando una buena tanda de mensajes más o menos de cortesía sobre vacaciones y vuelta al trabajo. Tras una pegunta incómoda, Ella quiso cambiar de tema radical, diciéndole que le daba licencia para preguntar lo que él quisiera. Después de mucho dudar y casi optar por parar la conversación, al final él se lió la manta a la cabeza y se curró una encuesta de guasa sobre cuántas ganas tenía Ella de verle a él, poniendo en práctica la decisión que había tomado días atrás de ser más lanzado e irreverente con Ella, porque seguía convencido de que Ella pensaba en él, y con su nueva confianza en sí mismo ya no se iba a censurar más. Sin liarla, pero sin callarse, que fuera Ella la que reculase, o no…

Al cabo de unos minutos se acobardó un poco, y le volvió a escribir para hacer uso del «regalo» de la pregunta inesperada, y esta vez ya en serio se limitó a preguntarle si aún había veces en que se acordaba de él. Escasos minutos después, vibraba su móvil con una llamada Suya. Entre risas Ella le achacó que estaba muy crecido aquella tarde, y también entre risas él contestó que lo de callarse iba a quedar atrás, que en aquel verano fantástico solo faltaba un poco de picante. El resto de la conversación fue amigable y terapéutica, sobre lo bien que se estaba con la familia y sin preocupaciones, lo necesarios que eran unos días de paz interior y tranquilidad, y cosas así. Y él la animaba a seguir disfrutando, porque pensaba que Su situación laboral la tenía mucho más agobiada de lo que Ella quería reconocer. Pero quiso insistir, porque Ella le prometió que cuando hubiera novedades, él sería el primero en saber.

Y así, después de dos llamadas y un buen rato de conversación, él le escribió sonriendo un último mensaje recordándole que no había votado en la encuesta impertinente, Ella respondió que después lo haría y añadió uno de sus conocidos «no te prometo nada», a lo que él sentenció con otro de sus clásicos «malvada…».

Un rato después, a punto de empezar a cenar, se dio cuenta de que no había tenido el móvil encima y que su reloj estaba sin batería, así que echó un vistazo a sus mensajes por si se había perdido algo, y descubrió la hecatombe: cuarto mensajes de Ella que rezaban lo siguiente:

«Sabes q no nunca t prometí nada / No me compro / Y es lo q te dije / Vete a la mierda».

Se le cortó la respiración, se quedó estupefacto. ¿En serio le había mandado a la mierda? Aquello no cuadraba, no parecía la Ella de un rato antes sino la Ella descompuesta y frustrada después de una noche de demasiado alcohol. Él trató de mantener cierta calma y le preguntó por qué le decía aquello, y que no lo entendía. Pero mientras Ella empezaba a escribir, él ató cabos y se dio cuenta de que aquello no iba para él, que Ella se había equivocado de chat. Ella trató de responder pero no escribía bien, como si realmente estuviera pasada de alcohol, confirmando que aquellos mensajes no eran para él, que todo era complicado y, con una disculpa, prometió llamarle al día siguiente. Él no le negó que tenía la cabeza hirviendo, pero que suponía que ya le contaria Ella. Pero Ella ya estaba a la defensiva, bloqueada y desarmada, y él vio que no había más que decir ni aquella noche ni, probablemente, en mucho tiempo, y se despidió ofreciéndose al menos a escucharla si era lo que Ella necesitaba. Pero Ella rehusó, no valía la pena insistir.

Y así, de la peor manera posible, es como él descubrió que todo se había acabado, pero de verdad. Porque aquellos mensajes se parecían mucho a los que Ellos intercambiaron al discutir cuando estuvieron juntos, solo que esta vez no eran para él. Aquellos mensajes parecían hacer realidad aquella pesadilla recurrente en la que él quedaba totalmente apartado de Su vida. Porque, aunque no se atrevía ni a pensarlo, aquellos mensajes presagiaban que no iba a haber bourbon suficiente en el mundo para consolarle, porque no había océanos en el mundo capaces de absorber el diluvio de lágrimas que estaban por venir.

Porque, si él estaba en lo cierto, no era ya que Ella hubiera pasado página, era que directamente había cambiado de libro.