Justo el día antes de su cumpleaños montaron una velada improvisada de la que al final, terminó sacando conclusiones muy esclarecedoras:
La primera: tal y como Ella se había organizado su verano, no iban a volver a verse en todo el mes que restaba de verano. Así que la secreta e ingenua esperanza de un encuentro a solas con Ella quedaba totalmente aniquilada.
La segunda: aquella misma tarde Ella había pasado la tarde sola en su piscina, atendiendo a sus perros, sabiendo que él estaba solo también. Habría sido una ocasión perfecta para pasar un rato a solas y dedicarse a hablar, al menos. Pero, a diferencia de algunos años atrás, el mensaje de «anda, ven» nunca llegó.
La tercera: más allá de una de sus discusiones metafísicas que nunca arreglaban nada salvo demostrar que eran un par de cabezones apasionados, no hubo ni rastro de su eterna e íntima complicidad: ni miradas, ni contactos, ni indirectas, ni leves roces de piel con piel, ni nada.
Y la última, y la peor: en los escasos minutos que estuvieron a solas, Ella le preguntó si él ya había reseteado. Podría haber interpretado aquella pregunta de mil formas diferentes, pero él solo pudo pensar en su intención de romper del todo con Ella, y aquella pregunta le sonó más a confirmación que a otra cosa, lo que terminó de hundirle en la más profunda miseria.
Así que, pese a que les quedaba la cena y celebración del día siguiente y Ella era tan imprevisible como un volcán, él comenzó su cumpleaños con la certeza de que Ella ya había decidido que el fin de su historia había llegado, y no le quedaba otra que retomar el proceso de «separación» definitiva, empezando por el cese de actividad de su Refugio. Tal y como había prometido, se reservaba un último día de su cumpleaños para escribir sobre Ella, pero sabiendo que después de aquel día se acababa.
Hasta donde él sabía había sido Su decidión. Ojalá ninguno de los dos tuviera que arrepentirse.