Por una vez estaba enfadado, muy enfadado, y el motivo era Ella. Porque pese a los silencios y las ausencias, tenía la sensación de que Ella volvía a acercarse a él, de que aunque no se atreviera a retomar nada o a pensarlo siquiera, sí que le añoraba. Lo había notado las últimas veces que se habían visto, lo había sentido en la fiesta de cumpleaños de la semana anterior, en Sus mensajes de ánimo para su examen, en cómo lo gritaban Sus ojos cada vez que sus miradas se volvían a quedar prendidas durante eternidades como siempre lo habían hecho.
Pero esta vez le había dolido, le había dolido mucho. Porque él era capaz de conformarse con migajas, era capaz de pasarse una noche y un día enteros esperando con el móvil en la mano, de justificar la tardanza por las madrugadas empapadas de alcohol y el cansancio. Era capaz incluso de volver a retorcer su vida con compañías que ni quería ni necesitaba con tal de volver a salir corriendo a Su encuentro un rato.
Pero no hubo canción, y le dolió. Y le dolió aún más no obtener respuesta a su único mensaje, esta vez ni siquiera un emoji. Porque el esfuerzo que él hacía a diario por contener sus sentimientos, por respetar Sus deseos y mantener la distancia le robaba el aire y la vida, porque le desgarraba sentirse importante para Ella durante unos instantes para luego ser desechado y arrojado a la inopia una vez tras otra. Porque el dolor y la añoranza le duraban semanas, porque era como estar permanentemente en rehabilitación esperando la siguiente recaída.
Así que no, aquella vez se iba a refugiar en su ira y no le iba a escribir; se iba a autoconvencer de que la canción que Ella sí posteó en redes sociales no tenía nada que ver con él y no era la que originalmente le dijo que le enviaría; de que si para Ella era suficiente con mirar para expresar una emoción sin necesidad de hablar, él no tenía que conformarse; de que si realmente Su necesidad y Su ambición eran amar, no era en él en quien Ella pensaba. Porque si lo fuera, entonces él ya no comprendía nada.
Lo que estaba claro era que no podía seguir así. No podía continuar sintiéndose como el juguete favorito al que se le ha caído una pieza y se conserva solo por cariño. Porque sentirse como un juguete roto y prescindible solo le reforzaba la intención de largarse y empezar de cero en otro lugar.