No sabía cómo había logrado contener su ira de camino a casa para no escribirle el duro mensaje que latía en su cabeza, después de enterarse de rebote de Sus problemas físicos y de la operación a la que Ella se iba a someter después del verano. Vale que ya no eran nada, pero Ella sabía sobra cuánto se preocupaba él por Su salud, su bienestar y todo lo que tuviera que ver con Ella, y después de lo que habían vivido y lo que habían sido el uno para el otro, ese punto de confianza le parecía lo mínimo.
Así que según cerraba la puerta y agarraba el móvil dispuesto a echarle una buena bronca, recibió un solitario mensaje de Ella prometiendo enviarle una canción. Otra canción, de Ella, como el los viejos tiempos. Y semejante contrariedad le obligó a colocarse auriculares, coger la botella de bourbon y salir a su refugio a tratar de encajar la prometida canción con la conversación que tuvo apenas veinticuatro horas antes sobre cómo instalarse en una nueva ciudad.
Porque, ¿a quién pretendía engañar? Bastaba la simple promesa de una canción para que se disipara la ira o lo que fuese, y él volviese a correr a Su encuentro por encima de todo.