Era última hora de una fiesta de doce horas, él comentó con humor que tendría que buscar a alguien que le llevase de vuelta a la ciudad y a casa; Ella contestó que podía quedarse allí con Ella: él respondió con un «las ganas mías» ; Ella sentenció con un «y tanto que sí», seguido de e aquellas miradas eternas que llevaban dedicándose más de dos décadas.
Y él se dejó llevar sin pensat en nada. Porque, tal y como habrían dicho en cualquier película de juicios de sobremesa t, «no hay más preguntas, Señoría».