Caminaban el uno junto al otro, como tantas y tantas noches, con Sus rizos indomables balanceándose con cada paso y una sonrisa en Su boca. Se acercaban cada vez más, él dudaba por si alguien reparaba en ellos pero Ella se colgaba de su brazo y le decía que no se preocupase, que no había peligro alguno. Él seguía mirando desconfiado a todas partes, pero Ella continuaba asegurando que no pasaba nada, y con Su mano libre acariciaba su mejilla hasta sujetarle por la barbilla y le besaba, con aquella suavidad intensa que solo Ella sabía impregnar a Sus besos. Y el mundo entero se detenía de nuevo.
De no estar viendo el techo de su habitación en mitad de la noche al abrir los ojos habría jurado que aquella breve escena había sucedido de verdad, porque aún podía notar el tacto de Sus dedos en la barbilla y el roce de Sus labios en la boca.
Maldito subconsciente, que no dejaba de hacerle soñar con lo imposible; maldita memoria, que le impedía olvidar sus sueños.