Rendijas

La echaba de menos. Incluso poniendo todo su esfuerzo en bloquear cualquier cosa que pudiera recordarle a Ella, siempre había un momento en que se terminaba «colando», como el agua siempre encuentra las rendijas para filtrarse.

Le ocurría especialmente en los días de fiesta, en los que trataba con otras mujeres y se arriesgaba a buscar nuevos caminos porque, al final, siempre terminaba comparándolas a todas con Ella. Y todas acababan perdiendo.

Resbalones

Después de otra noche de insomnio y malos sueños, se miró al espejo preguntándose como demonios permitía que las cosas le afectasen tanto, cómo le había otorgado un poder tan grande a Ella como para cada obedecer cada chasquido de Sus dedos y no protestar por las espantadas que siempre le sucedían. Quizá no pudiera luchar contra el amor incondicional que sentía por Ella, que su afán de protegerla y ayudarla fueran más fuertes que su propia voluntad, pero aquello no justificaba que los «resbalones» de Ella le salieran gratis siempre y que él se quedase con la sensación de haberse llevado una bofetada sin motivo.

Puede que aquel  fuera el problema, que Ella sabía que le tenía en Sus manos, que era incapaz de separarse de Ella. Quizá si él se mostrase más duro, más inaccesible, Ella valorase más lo mucho o poco que hubiera entre ellos. Quizá si Ella contemplase la posibilidad real de perderle, pelearía más por mantenerle cerca, por continuar conectados, por demostrarle cómo de importante era él para Ella, aunque ya estuviera más que claro que su relación no volvería a dejar de ser platónica.

O quizá no. Quizá Ella lo dejaría correr, terminarían separándose del todo y perdiendo el contacto, y él se convencería, aún con el corazón destrozado de por vida, de que podía buscar su camino lejos de Ella de una maldita vez.

Por lo pronto, se imponía un nuevo bloqueo de todo: canciones, memes, reels, pensamientos y sentimientos, por lo menos en la semana que faltaba para el examen más importante de su vida. Luego ya se encargaría el verano de multiplicar por mil el silencio y la distancia entre ellos hasta que llegase el momento de tomar las decisiones de verdad.

El puto hilo rojo

Seguía tan furioso, tan enrabietado, que pese a tener que ir a trabajar al día siguiente se levantó de la cama y se salió al balcón con un bourbon doble en la mano. No era capaz de sacarse de la cabeza la canción que Ella había posteado, no podía dejar de preguntarse por qué, si Ella se sentía tan desdichada, si tanta necesidad tenía de amar, no recurría a él. Sí, estaba todo el rollo de la conciencia, del peligro, de la honestidad y bla bla bla. Pero la realidad era que, en los meses que estuvieron juntos, habían alcanzado a vislumbrar algo parecido a la felicidad. Y no era por acostarse o no, era porque llevaban dos décadas de conexión sin que ninguno de los dos lograse romperla. Algo tenía que significar…

Miró el reloj, miró el culo de la botella de bourbon que quedaba, y decidió que el puto hilo rojo estaba demasiado enredado en su frustración y su impotencia aquella noche, y que si no lo remojaba un poco más no le dejaría pegar ojo antes del amanecer.

Juguete

Por una vez estaba enfadado, muy enfadado, y el motivo era Ella. Porque pese a los silencios y las ausencias, tenía la sensación de que Ella volvía a acercarse a él, de que aunque no se atreviera a retomar nada o a pensarlo siquiera, sí que le añoraba. Lo había notado las últimas veces que se habían visto, lo había sentido en la fiesta de cumpleaños de la semana anterior, en Sus mensajes de ánimo para su examen, en cómo lo gritaban Sus ojos cada vez que sus miradas se volvían a quedar prendidas durante eternidades como siempre lo habían hecho.

Pero esta vez le había dolido, le había dolido mucho. Porque él era capaz de conformarse con migajas, era capaz de pasarse una noche y un día enteros esperando con el móvil en la mano, de justificar la tardanza por las madrugadas empapadas de alcohol y el cansancio. Era capaz incluso de volver a retorcer su vida con compañías que ni quería ni necesitaba con tal de volver a salir corriendo a Su encuentro un rato.

Pero no hubo canción, y le dolió. Y le dolió aún más no obtener respuesta a su único mensaje, esta vez ni siquiera un emoji. Porque el esfuerzo que él hacía a diario por contener sus sentimientos, por respetar Sus deseos y mantener la distancia le robaba el aire y la vida, porque le desgarraba sentirse importante para Ella durante unos instantes para luego ser desechado y arrojado a la inopia una vez tras otra. Porque el dolor y la añoranza le duraban semanas, porque era como estar permanentemente en rehabilitación esperando la siguiente recaída.

Así que no, aquella vez se iba a refugiar en su ira y no le iba a escribir; se iba a autoconvencer de que la canción que Ella sí posteó en redes sociales no tenía nada que ver con él y no era la que originalmente le dijo que le enviaría; de que si para Ella era suficiente con mirar para expresar una emoción sin necesidad de hablar, él no tenía que conformarse; de que si realmente Su necesidad y Su ambición eran amar, no era en él en quien Ella pensaba. Porque si lo fuera, entonces él ya no comprendía nada.

Lo que estaba claro era que no podía seguir así. No podía continuar sintiéndose como el juguete favorito al que se le ha caído una pieza y se conserva solo por cariño. Porque sentirse como un juguete roto y prescindible solo le reforzaba la intención de largarse y empezar de cero en otro lugar.

Bronca

No sabía cómo había logrado contener su ira de camino a casa para no escribirle el duro mensaje que latía en su cabeza, después de enterarse de rebote de Sus problemas físicos y de la operación a la que Ella se iba a someter después del verano. Vale que ya no eran nada, pero Ella sabía sobra cuánto se preocupaba él por Su salud, su bienestar y todo lo que tuviera que ver con Ella, y después de lo que habían vivido y lo que habían sido el uno para el otro, ese punto de confianza le parecía lo mínimo.

Así que según cerraba la puerta y agarraba el móvil dispuesto a echarle una buena bronca, recibió un solitario mensaje de Ella prometiendo enviarle una canción. Otra canción, de Ella, como el los viejos tiempos. Y semejante contrariedad le obligó a colocarse auriculares, coger la botella de bourbon y salir a su refugio a tratar de encajar la prometida canción con la conversación que tuvo apenas veinticuatro horas antes sobre cómo instalarse en una nueva ciudad.

Porque, ¿a quién pretendía engañar? Bastaba la simple promesa de una canción para que se disipara la ira o lo que fuese, y él volviese a correr a Su encuentro por encima de todo.

Ganas

Era última hora de una fiesta de doce horas, él comentó con humor que tendría que buscar a alguien que le llevase de vuelta a la ciudad y a casa; Ella contestó que podía quedarse allí con Ella: él respondió con un «las ganas mías» ; Ella sentenció con un «y tanto que sí», seguido de e aquellas miradas eternas que llevaban dedicándose más de dos décadas.

Y él se dejó llevar sin pensat en nada. Porque, tal y como habrían dicho en cualquier película de juicios de sobremesa t, «no hay más preguntas, Señoría».

Suavidad

Caminaban el uno junto al otro, como tantas y tantas noches, con Sus rizos indomables balanceándose con cada paso y una sonrisa en Su boca. Se acercaban cada vez más, él dudaba por si alguien reparaba en ellos pero Ella se colgaba de su brazo y le decía que no se preocupase, que no había peligro alguno. Él seguía mirando desconfiado a todas partes, pero Ella continuaba asegurando que no pasaba nada, y con Su mano libre acariciaba su mejilla hasta sujetarle por la barbilla y le besaba, con aquella suavidad intensa que solo Ella sabía impregnar a Sus besos. Y el mundo entero se detenía de nuevo.

De no estar viendo el techo de su habitación en mitad de la noche al abrir los ojos habría jurado que aquella breve escena había sucedido de verdad, porque aún podía notar el tacto de Sus dedos en la barbilla y el roce de Sus labios en la boca.

Maldito subconsciente, que no dejaba de hacerle soñar con lo imposible; maldita memoria, que le impedía olvidar sus sueños.

Un par de alas

A punto de irse a la cama, con la sensación de haber desperdiciado el tiempo y el bourbon, reparó casi de casualidad en una de aquellas notas temporales que no solía ni mirar, y que desde luego nunca había visto usar a Ella. Al pulsarla, sonó un fragmento de una canción que hablaba de la imposibilidad de volar y de escapar, y del ansia por saltar y sobrevivir. Eran exactamente las mismas palabras que él ya le había insinuado en más de una ocasión, las mismas palabras que le dedicaba en aquella conversación imaginaria que tantas veces había tenido con Ella sobre Su burbuja-jaula, y como en algún momento tendría que dar un cambio a Su vida y buscar un nuevo camino en el que pudiera ser feliz de verdad.

Y, mientras miraba su vaso con el último trago de aquella noche, frunció el ceño y maldijo para sus adentros, porque Ella ahora quería volar, pero había apartado de Su lado a un piloto experto y cualificado que le habría enseñado y ayudado a romper con todo y surcar los cielos a Su antojo, que le habría tomado de la mano y saltado con Ella sin dudarlo ni un segundo.

Dejó la canción a la mitad porque no le gustó una letra que podría señalarle a él como parte del problema y no de la solución en el hipotético caso de que aquel fragmento de canción tuviera algo que ver con él, cosa que le parecía francamente improbable. Apuró el bourbon y se fue a la cama negando con la cabeza y apretando los x dientes: no le iba a dar más vueltas, aquello no tenía nada que ver con él, o Ella se la habría mandado directamente. Lo iba a obviar, como llevaba toda la semana obviando que se había equivocado al confirmar su asistencia a una fiesta a la que no debía ir, solo por estar cerca de Ella, y de la que volvería frustrado y decepcionado.

Y aún así, después de que una vez más fuera Su cara lo último que pasase por su cabeza antes de quedarse dormido, volvió a coger el móvil y le envió un par de alas.

Imagen

Daba igual cuánto se esforzara, cuánto se opusiera, cuánto intentaea distraerse: cuando estaba en el filo entre la vigilia y la somnolencia, la última imagen en su cabeza seguía siendo la misma.

Y después de dos décadas y con la situación actual, aquella imagen empezaba a parecerse más a una espina que a una flecha en su corazón.

Suceso

Había renunciado a un plan prometedor y largamente ansiado con tal de pasar un rato cerca de Ella, y cerciorarse de que Se emcontraba perfectamente. Ella, aún sin saberlo, le cobsequió con más bromas privadas, más miradas íntimas y más conversaciones en clave de la cuenta, y él se sintió todo lo dichoso que se podía sentir con aquella atención sobrevenida.

Pero entonces ocurrió el único suceso en el mundo que podía apartarle de Ella, y él no dudó en asumir su responsabilidad, por más que tratase de explicarle a Ella y justificar sus acciones.

Al final, terminó más necesitado que nunca de su balcón, su música y su bourbon. Porque, por más que su decisión fuera la única correcta y posible, no podía evitar la rabia y la amargura de haber tenido que salir corriendo en la única noche del último año en que Ella parecía volver a ser la Ella que él añoraba. Ojalá que las lágrimas que empezaban a desbordar sus ojos trajeran la pizca de paz y consuelo que tanto necesitaba.