Se sentó en el balcón dispuesto a escribir sobre otra discusión absurda sobre otro tema demasiado abstracto entre ellos, cuando apareció una canción imprevista en sus auriculares y él se vio desarmado y rendido de nuevo. Porque odiaba el fuego y la pasión que la llevaban a ser incapaz de escuchar o razonar, pero recordaba cómo ese mismo fuego los había transportado a otra dimensión cada vez que se habían fundido en uno solo.
Ella era así, y él la adoraba. La pena era que Ella no quisiera darse cuenta de que él continuaba teniendo la botella de queroseno y las cerillas en la mano.