Le dio igual la hora en el reloj; le dio igual la hora programada en su despertador; le dio igual lo larga que había sido la jornada y lo cansado que estaba; le dio igual que al día siguiente tuviera la última y durísima prueba de la competición en la que participaba; le dio igual que al levantarse le esperara un día igual de largo o peor que el que terminaba; incluso le daba igual que la posibilidad de que se vieran en medio de un día de celebración fuera remota, y la decepción que sentiría cuando esa posibilidad se llevaba, se merecía un momento de respiro. Se merecía un rato de bourbon y canciones, de dejarse llevar hasta desatar lágrimas de pasión y rabia y esperanza, de permitirse un rayito de luz en medio de tanta oscuridad, de aflojar todas las correas y concederse volver a soñar con quererla y que Ella le quisiese a él.
Solo un momento, un merecido momento. Ya se encargarían el Open, el río y el domingo de hacerle volver a la aplastante realidad, de recordarle que su vida iba de apretar los dientes hasta reventárselos