En días como aquel, en que de pura extenuación ya no era capaz de seguir esquivando los pedazos de su vida que se le venían encima, se preguntaba por qué continuaba sintiéndose como si se asfixiara, por qué parecía que simplemente sobrevivía. Y no lo entendía, porque realmente se esforzaba por hacer todo lo que se suponía que tenía que hacer: se enfocaba en su trabajo y sus estudios, entrenaba todo lo duro que su cascado cuerpo le permitía, intentaba hacer nuevas amistades, escuchaba música diferente, evitaba las noches de balcón y bourbon, obviaba las fotos y reels que su móvil se empeñaba en recordarle cada día de justo un año atrás, había dejado de escribir.
Pero era inútil, nada funcionaba. Ni siquiera tener la certeza de que sus esfuerzos por mantenerse distante y silencioso solo le reportaban más distancia y silencio. Daba igual cuánto se esforzase, seguía pensando en Ella cada maldito minuto de cada maldito día de aquella maldita vida vacía e insoportable. Cada maldito minuto.
Y para colmo de males, después de un mes de arduo denuedo por evitarlo, había roto su propósito y había vuelto a escribir.