Allí estaba, con otra larga sesión de bourbon por delante, con la misma sensación de pérdida y tristeza que siempre que se separaba de Ella, con la misma desazón por no poder estar más tiempo con Ella, con la misma ansia de estrecharla entre sus brazos y estrellarse contra sus labios.
Pero la primera canción que sonó en sus auriculares hizo que algo cambiase aquella noche. La había guardado semanas atrás, y era la típica canción sobre la chica frágil e indefensa a quien el cantante iba a cuidar y proteger hasta convertirla en irrompible. Pero él se dio cuenta de que se identificaba más con la chica que con el cantante, y se convenció de si había alguien que «necesitaba cerrar los ojos mientras alguien cerraba sus brazos a su alrededor hasta convertirle en irrompible», era precisamente él.
Así que frunció el ceño, apretó los dientes, y dio por terminada aquella recaída, convencido de que tenía que ser la última: si Ella quería silencio y distancia, eso era lo que tendría; si él le importaba o no, si le quería tener cerca o no, era algo que Ella tendría que demostrar; su amor por Ella nunca iba a desparecer, pero dejaba de ser gratis desde aquel mismo momento. Porque al final se convenció de aplicarse el, consejo que tantas veces Le había dado: antes él que nadie.
Aunque era consciente del océano de lágrimas que tenía por delante, de que la añoraría y continuaría con los millares de conversaciones con Ella en su cabeza, de que nunca nadie podría estar a Su altura, decidió que o cumplía su propósito de Año Nuevo o se dejaría la vida en el intento. Iba a dejar de buscarla, de retorcer su vida por verla, de esperar algo que nunca iba a llegar.
Iba a buscar nuevos horizontes aunque fuese lejos, aunque significase resetear su vida del todo. Iba a convencerse de que había un mundo más allá de Ella, por mucho que le doliese. Iba a convencerse de que, además de Ella, él tambores era irrompible
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Negativa
Fue incapaz de concentrarse ni un solo minuto en la gran película ganadora de siete premios Oscar que tantas ganas tenía de ver, porque su cabeza no paraba de darle vueltas a que Ella le hubiera escrito, llamado e insistido mucho más de lo habitual para que fuera a tomar una cerveza con la gente con que se encontraba, y él le había dicho que no. Quizás una hora antes, quizá si no hubiera estado ya en pijama, quizá si no hubiera estado toda la tarde solo en casa esperando…
Pero, por primera vez en años, no había abandonado todo y salido corriendo a Su encuentro, le había dicho que no. Pese a Su insistencia. Y no sabía si era por el bourbon, por el arrepentimiento o por el ataque de orgullo, pero sospechaba que aquella negativa la iba a pagar con creces.
Vacaciones
Tumbado en la cama intentando conciliar el sueño, pensaba en lo fácil que sería recibirla a Ella en su casa estando de vacaciones, con todo el tiempo del mundo y privacidad total, como habían hecho un año atrás.
Pero la vida era muy diferente después de ese año, y a él nada más que le quedaban recuerdos, deseos imposibles y horas por delante sin dormir.
Puro fuego
Se sentó en el balcón dispuesto a escribir sobre otra discusión absurda sobre otro tema demasiado abstracto entre ellos, cuando apareció una canción imprevista en sus auriculares y él se vio desarmado y rendido de nuevo. Porque odiaba el fuego y la pasión que la llevaban a ser incapaz de escuchar o razonar, pero recordaba cómo ese mismo fuego los había transportado a otra dimensión cada vez que se habían fundido en uno solo.
Ella era así, y él la adoraba. La pena era que Ella no quisiera darse cuenta de que él continuaba teniendo la botella de queroseno y las cerillas en la mano.
Sucesión
No sabía si estaba triste, enfadado, deprimido, impasible o todo a la vez. Solo sabía que justo después de que Ella publicase una canción que hablaba de que quería bailar sola y perder Su teléfono, y que no respondiese a sus mensajes, sintió que algo dentro de él había cambiado.
Desde entonces se sentía raro, más gris y apático que nunca, esperando a que la sucesión de días iguales que era su vida le llevase a alguna otra parte. Quizá si se viesen y compartieran un rato en las vacaciones que acababan de empezar él podría resituar las cosas, recalibrar su estado y sus sentimientos.
O quizá no.
Temporada 3, episodio 1
Después de aquella recaída sin sentido de la última semana, se dio cuenta de que en realidad nada había cambiado: sabía que por mucho le echase de menos (y estaba convencido de ello) , Ella había decidido sacarle de Su vida hasta el punto de no contarle el nuevo giro vertiginoso de su vida laboral, volver a contestar con emojis a sus mensajes o mantenerse en el Silencio más absoluto.
Así que nada, en aquel martes festivo con sabor a domingo de mierda y sintiéndose aún más imbécil y desdichado que nunca, decidió que se tenía que volver al plan original de no pensar, no escribir, no buscar, no sentir. Por mucho que doliera, por difícil que fuera, por mucho que él mismo se opusiera.
De vuelta a «La Vida sin Ella», temporada 3, episodio 1.
Quédate
Ella le preguntó si seguía con la idea de marcharse y empezar de cero en otra ciudad, y él no supo qué contestar: porque Ella estaba allí, a su lado, y no parecía existir nada ni nadie más en el mundo, resplandeciendo como una estatua de oro puro, apoyándole con firmeza en su discusión con un camarero gilipollas, buscando sus ojos con insistencia, electrizando su piel con cada leve roce; pero también estaba aquel silencio incómodo que significaba «te echo de menos pero no puede ser», estaba el tener que guardar las distancias y las apariencias, la decepción de verla obligada a marcharse antes de tiempo cuando Ella quería quedarse, la sensación de estar perdiendo el tiempo al intentar conectar con cualquier otra, el vacío tremendo de volver a casa sin saber cuánto tiempo iba a pasar sin verla o sin saber nada de Ella.
Así que, aún tumbado en la cama en la mañana de otro domingo abrumador, pensó que debería haberle respondido que sí, que se iba a marchar, porque ya no podía soportar más estar sin Ella. Pero mientras empezaba a sonar en sus auriculares la canción de comerse arrancándose a besos las edades y terminar aquel puto domingo follando como animales, asumió lo que ambos ya sabían: que mandaría todos sus planes al infierno en cuanto Ella le dijera «quédate».
Merecido
Le dio igual la hora en el reloj; le dio igual la hora programada en su despertador; le dio igual lo larga que había sido la jornada y lo cansado que estaba; le dio igual que al día siguiente tuviera la última y durísima prueba de la competición en la que participaba; le dio igual que al levantarse le esperara un día igual de largo o peor que el que terminaba; incluso le daba igual que la posibilidad de que se vieran en medio de un día de celebración fuera remota, y la decepción que sentiría cuando esa posibilidad se llevaba, se merecía un momento de respiro. Se merecía un rato de bourbon y canciones, de dejarse llevar hasta desatar lágrimas de pasión y rabia y esperanza, de permitirse un rayito de luz en medio de tanta oscuridad, de aflojar todas las correas y concederse volver a soñar con quererla y que Ella le quisiese a él.
Solo un momento, un merecido momento. Ya se encargarían el Open, el río y el domingo de hacerle volver a la aplastante realidad, de recordarle que su vida iba de apretar los dientes hasta reventárselos
Sparring
Ante la duda, había optado por dejar correr los días. Continuaba sin saber si sentirse culpable, esperanzado, enfadado o desdeñoso después de lo del último fin de semana. Así que decidió que lo mejor era dejarse sepultar por la montaña de exámenes por corregir, las actas por rellenar, los temas por estudiar, las unidades didácticas por diseñar o los entrenamientos a los que sobrevivir, porque así no tenía ni tiempo ni energías para seguir dando vueltas a algo ilógico y casi inexplicable.
Pero había otro motivo, uno mucho más visceral y primario para empeñarse en vivir como un autómata, esforzándose por bloquear cualquier atisbo de sentimiento: no quería ni pensar en que aquel plan alternativo que él le había propuesto para verse se fuera al traste y quedarse en nada, como tenía toda la pinta de ocurrir después de que el atisbo de llama se enfriase tras otra semana de silencio. Porque, a aquellas alturas, dudaba de tener fuerzas para enfrentarse a otra decepción más, a volver a hacerse ilusiones y cambiar todos los planes para nada, a pasarse un día parado en medio de la fiesta y la celebración buscando en su móvil un mensaje que nunca iba a llegar.
Hasta el «sparring» más profesional sabía cuándo el aluvión de golpes era demasiado grande como para no tirar la toalla.
Costumbres
Lo cierto era que no sabía qué escribir, porque no sabía ni cómo se sentía: que justo cuando más defraudado se sentía por Su silencio absoluto apareciera Ella para insistirle en que asistiera a una cena del antiguo grupo, había sido francamente inesperado en un primer momento, y muy frustrante después porque le era realmente imposible asistir.
Pero lo verdaderamente sorprendente fue lo rápido que había vuelto a las viejas costumbres, aquellas de culparse y flagelarse por no ir corriendo a Su encuentro; las costumbres de retorcer su vida y hacer planes locos que luego nunca se cumplían y le dejaban deshecho; las de pasarse las horas dilucidando si Ella sentía tal o cual, si tenía que escribirle o no, si añadía más canciones a la lista «olvidada»; las de si tiraba por el retrete todas las conversaciones imaginarias que había tenido con Ella en aquellas semanas en las que le avisaba de que estaba a punto de perderle del todo; las costumbres de imaginar que abría la puerta y estaba Ella, que se arrancaban la ropa como si les quemara, que se miraban a los ojos tumbados en la cama después de fundirse en uno solo; las de si volvía a su Refugio a plasmar por escrito el huracán de sentimientos que bombardeaban su cabeza y su corazón a cada instante.
¿Y qué iba a hacer ahora? Porque después de semanas de echar paladas de tierra para apagar la ultima chispa de esperanza que le quedaba, habían bastado un par de mensajes de Ella para que la llama comenzase de nuevo a arder.