Aquel día, justo una vuelta al sol atrás, Ella le despertaba con una maravillosa canción de Al Green que decía que «tenían que permanecer juntos, y continuar amándose en las buenas y en las malas, felices o tristes»; él le había respondido con una canción que había compuesto para Ella una década antes con un programa informático, y que le había regalado por Su cumpleaños. Un año después, los exiguos contactos que tenían eran a través de emojis.
Por eso le pareció que aquel día, antes de llegar a más fechas y canciones señaladas, sería perfecto para poner un punto en su Refugio, tal y como se había propuesto en Año Nuevo. Si iba a ser un punto y seguido, un punto y aparte o un punto final, solo el tiempo lo diría. Lo único que sabía era que mientras continuara pensando en escribir sobre Ella a cada momento, seguiría sumergido en el bucle. Pero ya que se iba a despedir del Refugio, tenía que hacerlo bien, a modo de testamento. Para que, si algún día le daba por releerlo, pudiera recordar certeramente cómo había llegado a aquella decisión:
A veces había tenido la intuición de que Ella le leía, sobre todo después de un día, cuando aún estaban juntos, en que él le comentó que estaba pensando en dejar de escribir y Ella respondió que lo sentiría porque «le gustaba saber de él». Había tenido que esforzarse mucho desde el principio, y más después de aquello, para no caer en la tentación de «adornar» sus palabras en la esperanza de que Ella las leyera y reaccionase. Pero, inevitablemente, la sospecha de que Ella podía haber estado leyendo todo, sabiendo todo, y aun así haberse mantenido alejada de él había sido una pesada losa con la que había tenido que cargar. Por eso aquello tenía que terminar, porque le había otorgado toda la información, todo el poder sobre sus sentimientos, sus temores y sus esperanzas, y sin que Ella tuviera que hacer nada. Y lo que había recibido de vuelta había sido, la mayor parte del tiempo, silencio.
Sabía que Ella continuaba albergando sentimientos por él; sabía que Ella se debatía muchas veces, que se encerraba en su caparazón para gestionarlo todo como mejor pudiera; y que probablemente lo que él escribía se lo hacía todo más sencillo, para bien o parar mal: seguramente se sentiría amada, deseada, apoyada en sus peores momentos, o tendría que luchar contra tentaciones y pasiones en otras ocasiones; estaba convencido que aquel Refugio también era una vía de escape para Ella, una ventanita a un mundo donde las muchas y variadas complicaciones de Su vida quedaban atrás, y encima sin tener que salir de Su caparazón. Pero él sabía que no era justo, que el amor incondicional y la devoción absolutas eran muy bonitas en los poemas, pero crueles y desgarradores en la vida real, y a él le quedaban pocos pedazos ya para ser desgarrados.
Por eso tenía que dejar de escribir, porque seguramente aquello no era bueno ni para él ni para Ella. Porque si de verdad a Ella le gustaba saber de él, tendría que demostrarlo de alguna manera; porque si de verdad él quería alejarse del todo, tenía que dejar de abrirse en canal cada día para Ella; porque tenía que dejar de aferrarse a la desesperada al ultimo vínculo que suponía que le quedaba con Ella, por improbable que fuera; porque aquella rutina casi diaria de contar(Le) todo lo que sucedía dentro de él le sumaba muy poco, a fin de cuentas.
Así que había llegado el momento: no sabía si sería seguido, aparte o final, pero aquel día , después de trece años y medio y más de mil doscientas entradas, cerraba su Refugio con un Punto.