Habían estado más distantes que nunca: todo un día de ruta campestre y no habían mantenido ni una sola conversación, no debían de haber cruzado más de cincuenta palabras, no habían entrelazado sus miradas ni una vez, y ni siquiera habían caminado cerca el uno del otro la mayor parte del tiempo: sin saber muy bien por qué, él había decidido mantenerse apartado de Ella, y Ella tampoco había querido remediarlo.
Pero aquel sabor amargo en la boca lo había contrarrestado observándola con calma cuando pudo y deleitándose con la belleza de su rostro sin maquillar, con el olor de su piel cuando caminó cerca de Ella y que tan bien había conocido meses atrás, con el sonido de su voz que tanto adoraba, con aquel trasero Suyo que encajaba perfecto en sus manos.
Todo aquello le llevaba de vuelta a sus recuerdos de Su cuerpo tumbado en su cama, de Su cabeza apoyada en la almohada, de sus dedos rozando Su mejilla, de Sus ojos sonriendo más que Sus labios. Nada ni nadie, ni siquiera Ella, podría arrebatarle aquellos recuerdos.