Y de nuevo volvía a ocurrir: cuando más derrotado se sentía y más se afianzaba en alejarse por completo, era justo cuando Ella reaparecia de la manera más inesperada, escribiéndole amigablemente hasta en tres ocasiones y a horas raras. Y él ya se desconcertaba por completo.
Porque su imaginación portentosa le empujaba a pensar que, pese a Su resistencia, Ella también flaqueaba y necesitaba saber de él; pero su razón apaleada le gritaba que fuera cauto, que tenía que aplicarse a sí mismo la frase que tanto le había repetido a Ella: «antes tú que nadie».
Así que allí estaba, atónito ante Sus mensajes casi de madrugada, debatiéndose entre sacar toda la artillería de palabras y canciones y reels, o continuar guardando las distancias y conteniendo la lengua para no pegarse otro batacazo. Porque ese era el problema, que con Ella nunca se sabía.