Bloqueo, esa era la palabra. Bloqueo férreo y absoluto a todo lo que le recordase a Ella: bloqueo a sus sentimientos, a las canciones, a las publicaciones, a los mensajes, a todo. Porque, tal y como se había temido, pasar un día con Ella el fin de semana anterior había sido una tortura, y aunque había logrado evadir Sus ojos y Su contacto casi toda la velada, al final terminó flaqueando y rindiéndose a Su poder. Incluso se colgó de Sus ojos durante una eternidad, como antiguamente, y solo separó la mirada al percatarse de que otra persona les observaba a los dos. Ya sabía que cuando Ella se relajaba se acercaba a él, y él no lograba resistirse.
Pero cuando cada cual tiraba para su casa, llegaba la «cara B» del disco: a él le volvían las ganas, las ansias, los sueños, las penas y las desesperaciones, porque a Ella le volvían las distancias y el silencio absoluto, y aquello ya se le hacía insoportable.
Por eso, y mientras se planteaba la conveniencia de alejarse del todo y de una vez por todas de Ella, recurría al bloqueo de todo lo que le hiciera pensar o sentir, de todo lo que le llevase de vuelta a Ella. Incluido su Refugio.