De vuelta

Habían estado más distantes que nunca: todo un día de ruta campestre y no habían mantenido ni una sola conversación, no debían de haber cruzado más de cincuenta palabras, no habían entrelazado sus miradas ni una vez, y ni siquiera habían caminado cerca el uno del otro la mayor parte del tiempo: sin saber muy bien por qué, él había decidido mantenerse apartado de Ella, y Ella tampoco había querido remediarlo.

Pero aquel sabor amargo en la boca lo había contrarrestado observándola con calma cuando pudo y deleitándose con la belleza de su rostro sin maquillar, con el olor de su piel cuando caminó cerca de Ella y que tan bien había conocido meses atrás, con el sonido de su voz que tanto adoraba, con aquel trasero Suyo que encajaba perfecto en sus manos.

Todo aquello le llevaba de vuelta a sus recuerdos de Su cuerpo tumbado en su cama, de Su cabeza apoyada en la almohada, de sus dedos rozando Su mejilla, de Sus ojos sonriendo más que Sus labios. Nada ni nadie, ni siquiera Ella, podría arrebatarle aquellos recuerdos.

Robando

La montaña de trabajo burocrático y el resfriado inoportuno que tenía le ayudaban a no pensar en nada que no fuera trabajo o dolor de garganta. Así, evitaba darle más vueltas a la decisión de ir o no ir a una comida navideña a la que no quería ir solo porque estaría Ella, o en si aceptar o no Su invitación para realizar una ruta senderista para la que no se encontraba preparado el siguiente fin de semana.

Porque, más allá de sus decisiones y sus determinaciones y sus prioridades y sus giros de timón, la posibilidad de volver a pasar tiempo con Ella le seguía robando el aire.

Inesperado

Despertar y recibir, al momento, un inesperado mensaje de Ella de buenos días como cuando estaban juntos era suficiente para que se levantase de la cama con una sonrisa.

Pero también era suficiente para que se pasase el resto del día dándole vueltas y más vueltas, y un millón de vueltas más.

Debatiéndose

Y de nuevo volvía a ocurrir: cuando más derrotado se sentía y más se afianzaba en alejarse por completo, era justo cuando Ella reaparecia de la manera más inesperada, escribiéndole amigablemente hasta en tres ocasiones y a horas raras. Y él ya se desconcertaba por completo.

Porque su imaginación portentosa le empujaba a pensar que, pese a Su resistencia, Ella también flaqueaba y necesitaba saber de él; pero su razón apaleada le gritaba que fuera cauto, que tenía que aplicarse a sí mismo la frase que tanto le había repetido a Ella: «antes tú que nadie».

Así que allí estaba, atónito ante Sus mensajes casi de madrugada, debatiéndose entre sacar toda la artillería de palabras y canciones y reels, o continuar guardando las distancias y conteniendo la lengua para no pegarse otro batacazo. Porque ese era el problema, que con Ella nunca se sabía.

Recurrente

Le extrañó porque hacía mucho tiempo que no le ocurría, pero por culpa de una última canción «prohibida» justo antes de dormir, aquella noche volvió a tener el sueño recurrente de emcontrársela besando a otra persona en medio de un lugar lleno de gente. Se alteró tanto que se despertó súbitamente, con el corazón roto y enfadado a partes iguales.

Hasta su propio subconsciente le mostraba ya que aquella historia había llegado a su final.

Doloroso

Aunque se esforzaba por todos los medios en no hacerlo, a veces no podía evitar preguntarse en si Ella pensaría en él: la respuesta evidente era que no, dado que apenas se veían y no mantenían contacto ni siquiera en redes sociales.

Pero, por otra parte, algo le decía que en realidad sí que lo hacía. No podía explicarlo, era solo una intuición, pero la sensación de que Ella sujetaba el otro extremo del hilo rojo en contra de todo, vivía anclada en lo más profundo de sus entrañas.

Pero el hecho de que Ella lo ocultarse, de que se esforzara en oponerse no era sino el motivo definitivo para que él cerrase aquella puerta de una vez, de que renunciase definitivamente a un amor tan grande que se había convertido en doloroso. Porque, aunque él supiese que nuca sería capaz de soltar el extremo del hilo rojo, también sabía que el recorrido era el mismo en ambas direcciones.

Funesto

Aquello era lo que tenía relajarse y volver a escribir sobre Ella, que luego pasaba una semana desastrosa de tristeza, soledad e impotencia, y en especial un domingo tan funesto que habría aceptado hasta una, inyección letal con tal de dejar de sentir.

Bloqueo

Bloqueo, esa era la palabra. Bloqueo férreo y absoluto a todo lo que le recordase a Ella: bloqueo a sus sentimientos, a las canciones, a las publicaciones, a los mensajes, a todo. Porque, tal y como se había temido, pasar un día con Ella el fin de semana anterior había sido una tortura, y aunque había logrado evadir Sus ojos y Su contacto casi toda la velada, al final terminó flaqueando y rindiéndose a Su poder. Incluso se colgó de Sus ojos durante una eternidad, como antiguamente, y solo separó la mirada al percatarse de que otra persona les observaba a los dos. Ya sabía que cuando Ella se relajaba se acercaba a él, y él no lograba resistirse.

Pero cuando cada cual tiraba para su casa, llegaba la «cara B» del disco: a él le volvían las ganas, las ansias, los sueños, las penas y las desesperaciones, porque a Ella le volvían las distancias y el silencio absoluto, y aquello ya se le hacía insoportable.

Por eso, y mientras se planteaba la conveniencia de alejarse del todo y de una vez por todas de Ella, recurría al bloqueo de todo lo que le hiciera pensar o sentir, de todo lo que le llevase de vuelta a Ella. Incluido su Refugio.

Chiste

Parecía un chiste: si después de casi dos semanas se había decidido por fin a volver a escribir sobre Ella, solo le faltaba que justo después de apurar el último trago de bourbon, echar la última ojeada a la ciudad ya dormida y ponerse en pie para irse a la cama a lidiar con sus demonios, la última canción que sonase en sus oídos tuviera que ser justo la que Ella le mandó poniendo en marcha todo casi once meses atrás, aquella canción que hablaba de portales, de domingos y de tantas cosas por decir. Más de quince horas y media de canciones en aquella lista, y tenía que sonar justo aquella canción en el último momento…

Puto algoritmo, puto karma, puta vida.

Besar el suelo

Llevaba muchos días sin escribir, y no era porque no pensara en Ella, que lo hacía. Era porque se había convencido de una vez por todas de que su historia con Ella se había acabado, y que no tenía sentido continuar dándole vueltas. Por eso, había seguido Su ejemplo y se había encerrado en su propio caparazón, esforzándose por dejar fuera todo lo que pudiera hacerle volver a añorarla: canciones, memes, reels, películas, libros, lugares, recuerdos… Todo, incluso su Refugio, que se había terminado convirtiendo en un diario sobre Ella más que en un descanso para él. Y seguir escribiendo sobre lo poco (o nada) que sabía de Ella, los escuetos mensajes que se habían cruzado en las últimas semanas o que las luces de Navidad del vecino no habían vuelto a encenderse no contribuía sino a hacerle más daño en vez de aliviarle.

Pero al día siguiente iban a comer juntos, iban a dedicarse al «mendingueo» como tantas veces, y en cuanto el alcohol empezase a hacer su trabajo sabía que volverían las miradas, los momentos, los roces y las ansias. Y no sabía si estaba preparado para aquello, para no volver a caer en el juego, para no responder a cada gesto de Ella, a no desearla con todas sus fuerzas, a no volver a intentar convencerla de que juntos serían invencibles.

Así que, después de muchos días, se armó de auriculares y bourbon, desafió al frío de la madrugada otoñal y se salió a su querido balcón, a buscar las palabras con que expresar el miedo que le daba verla de nuevo y, como decía la vieja canción, besar el suelo otra vez.