Aquello estaba finiquitado, junto con todas las promesas que habían quedado en el aire en los últimos diez meses: ya no iba a esperar risottos, ni tartas de queso, ni escapadas al pueblo, ni noches de tequila, ni invitaciones a cenas caseras, ni quedadas culturales. Ni, por supuesto, cosquillas pendientes, ni revisiones de cicatrices, ni disfraces de armarios, ni abrazos o caricias o besos.
Todo aquello se había acabado, porque al final todo había quedado justo como él le suplicó que no podía terminar: como dos ex-amantes, ex-amigos y casi ex-todo que se añoraban sin cesar mientras se esforzaban por distanciarse e ignorarse.
Con lo que habían sido, y lo que podrían haber llegado a ser juntos…