Incorruptible

Y allí se encontró, después de un millar de tribulaciones y comeduras de cabeza, de imaginar conversaciones, tormentas y cataclismos, sentado frente a Ella tomando una cerveza como tantas veces. Y volvió a deleitarse con Su voz y con Su risa, y se embriagó de Su perfume cada vez que una racha de aire se lo regaló, y se maravilló con Su belleza, y casi se electrocutó con las chispas de Sus ojos en cada ocasión que sostuvieron las miaradas como siempre, pese a las gafas de sol de ambos.

Pero lo que le volvió a traspasar de arriba a abajo fue la certeza incorruptible de que, pese a todos los problemas, pese a que su propio camino empezaba a torcer en dirección opuesta, seguiría dejándolo todo y enfrentándose a todos si Ella se lo pudiera. Lo suficiente como para ponerse a escribirlo dos días después.

El único problema era que Ella no se lo pedía y, probablemente, nunca se lo iba a pedir.