Simplemente ella

Iba a la aventura buscando un sitio donde poder sentarse a cenar algo tras una supuesta ruta cultural bastante desastrosa, cuando a través del ventanal de un restaurante La vio. Y el mundo se detuvo por un instante.

Mientras que todo se quedaba congelado a su alrededor, un millón de cosas cruzaron por su mente a la velocidad del rayo, como que estaba sola con su «guardián» en lugar de con la gente con la que dijo haber quedado horas antes en el chat de los amigos, o que ninguno de los dos había hecho el más mínimo intento de quedar para verse y tomar una simple cerveza aquel fin de semana, o incluso que el pelo liso, por muy bien que le quedase, la hacía no parecer Ella.

Pero tras ese millón de cosas en un momento, cuando el mundo se descongeló él volvió la cara y rogó para que Ella no le hubiese visto, y deseó con todas sus fuerzas salir pintando de allí. Incluso cuando su acompañante le preguntó que si entraban, él inventó una excusa burda para evitarlo: no se sintió con fuerzas para plantarse ante Ella, para tener que fingir que no la había visto desde fuera, para sonreir y decir que todo estaba bien. Le aterró la idea de tener que hacer las presentaciones, de que a alguien tuviera la ocurrencia de proponer que se sentasen juntos, de servirle a Ella en bandeja la excusa prefecta para terminar de cortar por lo sano. Porque sí, aquella sospecha que le rondaba sobre que Ella ya había pasado página, se le hizo aplastantemente grande de repente.

Porque si había algo para lo que aún no estaba preparado, era para enfrentarse al hecho de que a Ella hubiera decidido convertirse de una vez en simplemente ella.