Hasta donde él sabía, Ella iba a salir con amigas aquella noche de sábado. Habría sido una ocasión prefecta para provocar un encuentro «fortuito», y gozar de la tranquilidad de pasar un rato juntos sin tener que disimular demasiado, de poder mirarse y rozarse cuanto quisieran, de reducir las distancias al mínimo, como aquel 16 de diciembre mágico. Y quién sabe qué más podría suceder, después de todo lo que había ocurrido entre ellos…
Pero, por primera vez en mucho tiempo, él se había buscado un plan alternativo, uno que casi imposibilitaba, de hecho, cualquier intento de reunión con Ella. Primero, porque sería desandar todo aquel tortuoso camino que tanto dolor le estaba causando transitar; pero, en segundo lugar, porque hacía días que tenía aquel pálpito de que Ella había pasado página definitivamente. Y dudaba de que fuera capaz de sobreponerse a la terrorífica decepción de esperar toda la noche una llamada o un mensaje que nunca iban a llegar.
Quizás estaba empezando a sentirse preparado para Su ausencia, pero no para Su indiferencia.