Había estado todo el día tratando de explicarse a sí mismo por qué había sido una mala idea separarse del grupo con que estaba e ir a Su encuentro, si sabía que volvería a casa sintiéndose solo, triste y desgraciado otra vez. No quería volver a repetir las mismas palabras de siempre, ni revolcarse en la idea de casi no se habían mirado, casi no habían hablado y que solo la casualidad había hecho que coincidieran cogiendo un taxi después de que Ella se fuese sin él, sin preguntarle si se quedaba o se iba, cómo siempre habían hecho antes.
Pero la solución se la dio Ella misma: le escribió por la mañana alegrándose de que se hubieran visto, él aprovechó esta recordarle el «incidente»del taxi con mejor intención de la debida, también le dijo que se alegraba de verla, y puso el smiley de la cremallera en la boca para tratar de contener sus dedos.
Y ahí terminó la conversación. Con el eterno» quiero y no puedo», o «puedo pero no sé si quiero», o lo que demonios fuera lo que pasaba entre ellos. Con una cremallera en la boca.