Say When (primera parte)

Al final se desencadenó todo: Ella le propuso dar un paseo en lugar de tomar un café, y aquello le descolocó bastante. Le dio el llavero, se abrazaron y a él se le escurrió la la determinación. Trató de explicarle que necesitaba resetear, empezar de cero, pero no era capaz de decirle que eso también le incluía a Ella. Al final, cuando casi se despedían, se atrevió a dejarlo caer, y tuvieron un breve intercambio sobre que era mejor así, zanjarlo todo de una vez. A él se llenaron de lágrimas los ojos ocultos por las gafas de sol y se le cerró la garganta, no podía echarse a llorar en plena calle y frente a Ella. Así que dio media vuelta y llegó como pudo a su coche, respirando a duras penas e intentando mantener la compostura.

Pero mientras entraba en la cochera y tomaba la decisión de escribirle un último mensaje sobre todas las cosas que le quería haber dicho y no había podido, Ella se adelantó: no era capaz de escanear el código de la canción. Antes de que él pudiera contestar, Ella ya lo había conseguido, y entonces le agradeció el detalle, la canción que siempre sería «su canción de los dos», y su amor incondicional. Él hizo alguna broma estúpida, le recordó que al final Ella no había contado los puntos de su cicatriz. Ella respondió que él aún le debía las famosas cosquillas, pero en vez de responderle con el Say When que tenía que haberle escrito, él la amenazó con ir a por Ella a donde fuera que estuviese y traerla a su casa, y avisando de que no bromeaba. Ella rio, y contestó que le quería muchísimo. Y justo ahí se desbordó todo.

Estuvieron una hora cruzando mensajes, él por fin se atrevió a decirle todo lo que sentía, absolutamente todo, y a pedirle que no tuviera miedo si sentía lo mismo por él. Pero Ella respondió que ya tenía su decisión tomada y no era él, por mucho que le quisiera. Porque, al fin, Ella admitió abiertamente cuánto le quería en realidad. Quizá precisamente porque, como Ella misma había dicho, no era el momento para ellos. Y él tuvo que replicar, aunque no sirviera de nada, que no era «el momento» de Ella, porque él no podía sentirse más preparado para dedicar cada brizna de su aliento a hacerla feliz y ser feliz con Ella. Pero no podía negar la evidencia, y Ella ya había tomado su decisión. Y precisamente porque la amaba por encima de todas las cosas, debía respetar esa decisión.

Así que le anunció su intención de intentar buscar a alguien en serio, de dar con alguien que le hiciese sentir al menos parecido a como se sentía con Ella. Que necesitaría tiempo y Su ayuda para volver a verla como su amor platónico y no como una posible pareja real. Y que podía contar con él, siempre, para siempre. Porque por mucho que quisiera cerrarle la puerta, un rendija siempre se quedaría abierta, la misma rendija que había estado abierta durante veinte largos años.

Ella le repitió una y otra vez que nunca le abandonaría, que siempre estaría cuando la necesitase, aunque fuera en la distancia, que siempre le admiraría boquiabierta. Él le arrancó la promesa de que Ella le buscaría si se sentía preparada, porque él sabía (y eso no se lo dijo) que lo volvería a abandonar todo por Ella, como ya había hecho un par de veces.

Y se despidieron, declarándose aquel amor mutuo que no podía ser, ofreciéndose todo el cariño y el apoyo que ambos pudieran necesitar, Ella convencida de que era lo mejor para ambos, él convencido de que no le quedaba más remedio. Pero se despidieron igualmente. Y si a él aún le quedaba alguna duda sobre quién era el ser más maravilloso de toda la creación, se disipó por completo con las dos ultimas palabras que Ella le dedicó:

Bye lover.