Cuando todo lo que podía salir mal terminaba saliendo peor, era cuando él levantaba la bandera blanca y pedía a gritos firmar su rendición. Porque una cosa era encajar golpes durante años y años y levantarse una y otra vez, y otra cosa era que la vida le cerrase en las narices cada puerta, incluso cada ventana, que él se esforzaba por abrir. Más que resignación, era algo que le parecía rayar en la crueldad.
Y más teniendo en cuenta que él tenía más que claro cuál era la única puerta que estaba destinado a cruzar.