Su indiferencia

Hasta donde él sabía, Ella iba a salir con amigas aquella noche de sábado. Habría sido una ocasión prefecta para provocar un encuentro «fortuito», y gozar de la tranquilidad de pasar un rato juntos sin tener que disimular demasiado, de poder mirarse y rozarse cuanto quisieran, de reducir las distancias al mínimo, como aquel 16 de diciembre mágico. Y quién sabe qué más podría suceder, después de todo lo que había ocurrido entre ellos…

Pero, por primera vez en mucho tiempo, él se había buscado un plan alternativo, uno que casi imposibilitaba, de hecho, cualquier intento de reunión con Ella. Primero, porque sería desandar todo aquel tortuoso camino que tanto dolor le estaba causando transitar; pero, en segundo lugar, porque hacía días que tenía aquel pálpito de que Ella había pasado página definitivamente. Y dudaba de que fuera capaz de sobreponerse a la terrorífica decepción de esperar toda la noche una llamada o un mensaje que nunca iban a llegar.

Quizás estaba empezando a sentirse preparado para Su ausencia, pero no para Su indiferencia.

Su vacío

Fue solo un momento, bajó la guardia solo un instante, y el maldito algoritmo traidor que parecía llevar días retirado atacó con toda su furia. Cuando él quiso reaccionar ya era tarde y se vio arrastrado por una inundación de reels y canciones que destaparon la tristeza, la añoranza, la impotencia y la necesidad que seguía teniendo de Ella. Daba igual que se intentase embarcar en nuevas empresas, daba igual cuánto se esforzase por disimular y mirar para otro lado, su mente la traía de vuelta una y otra vez.

Y eso, a pesar de que algo dentro de él le decía que todo había cambiado: no podía explicarlo, pero desde el domingo anterior en que Ella le escribió y él cortó la conversación por no recaer, sentía que ya no era igual, sentía Su ausencia. Como si Ella hubiera decidido quemar todos los puentes de una vez por todas. No se distancia ni de silencio como siempre, era la sensación de vacío, de Su vacío.

Quizá durante el fin de semana obtuviera alguna pista, pero recordó que Ella tenía planes con Sus amigas, así que lo normal sería que no tuviera ni noticias ni contacto ni nada de nada con Ella. Y aunque llegasen, él ya tenía marcado un camino diferente del que no podría escaparse tan fácilmente.

Vacío, aquella era la palabra. Un vacío de proporciones tan enormes y desoladoras que sólo podía haberlo dejado Ella. Su vacío.

Evaporado

Le costaba trabajo ponerse a escribir, y por una parte le alegraba que así fuera, porque entre trabajo, estudios y aquella nueva luz que empezaba a alumbrarle se sentía ocupado, activo, útil y moderadamente ilusionado.

Pero por la otra, tenía la sensación de que estaba incumpliendo una obligación, de que estaba faltando a una rutina tan constante a lo largo de los años que la tenía enraizada en el corazón; de que la estaba traicionando a Ella.

Quizá era aquello lo que se sentía al empezar a pasar página. Porque, pese al tímido acercamiento del ultimo fin de semana, hacía ya más de cuatro meses desde su último encuentro, y las escasas posibilidades de que retomaran su relación se habían evaporado como el verano. Así que quizás era así, estaba pasando página, y pese a lo que siempre había pensado, era mucho más amargo de lo que se esperaba.

Cremallera

Había estado todo el día tratando de explicarse a sí mismo por qué había sido una mala idea separarse del grupo con que estaba e ir a Su encuentro, si sabía que volvería a casa sintiéndose solo, triste y desgraciado otra vez. No quería volver a repetir las mismas palabras de siempre, ni revolcarse en la idea de casi no se habían mirado, casi no habían hablado y que solo la casualidad había hecho que coincidieran cogiendo un taxi después de que Ella se fuese sin él, sin preguntarle si se quedaba o se iba, cómo siempre habían hecho antes.

Pero la solución se la dio Ella misma: le escribió por la mañana alegrándose de que se hubieran visto, él aprovechó esta recordarle el «incidente»del taxi con mejor intención de la debida, también le dijo que se alegraba de verla, y puso el smiley de la cremallera en la boca para tratar de contener sus dedos.

Y ahí terminó la conversación. Con el eterno» quiero y no puedo», o «puedo pero no sé si quiero», o lo que demonios fuera lo que pasaba entre ellos. Con una cremallera en la boca.

Qué bien

Qué bien le sentaba que su móvil vibrara y fuese alguien contándole las ganas que tenía de verle; qué bien que, como decía la canción, alguien se hubiera puesto en medio de repente; qué bien que hubiera de nuevo manos que le buscaban, labios que le curaban, susurros que le encendían y respiraciones que se entrecortaban; qué bien volver a sentirse interesante, querido, atractivo y deseado.

Y que mal que fuera otra persona y no Ella.

Brillar

Y de repente, cuando menos lo esperaba, apareció un pequeño rayo de luz del sitio más inesperado, tan tenue y frágil que casi ni lo apreció a primera vista. Pero allí estaba, abriéndose paso entre todos los nubarrones, prometiendo que, cuando una Gran Estrella se apagaba en el cielo, algo nuevo podía empezar a brillar.

Estacazo

De verdad que no sabía qué era lo que hacía tan mal. Porque se esforzaba por ser honesto, por ser simpático, por tener buen humor, por ser comprensivo y respetuoso, por ser dócil y complaciente. Pero al final el resultado era siempre el mismo, estacazo y hasta nunca.

Quizá es que en una sociedad tan falsa, superficial y ficticia ya no había sitio para personas como él. Quizá era que si no se era egoísta y canalla, si no se tenía la imagen o la barbita o el peinado, no se era digno de atención, lo cual le entristecía aún más.

Nada peor para un corazón machacado que obligarle a traicionarse a sí mismo.

Angustia

Llegaba el fin de semana, y con él la angustia de si la vería o no, de si Ella propondría quedar para unas cervezas o un picoteo o tiraría de otra gente, de si él debería dar primer paso o abstenerse por si Ella no quería verle, de si era conveniente incluir a terceras personas para dar menos el cante… Incluso de si era mejor poner tierra de por medio y luchar contra el mono salvaje que tenía de Ella, aunque supusiera quedarse otra vez solo y encerrado en casa.

Lo dicho, angustia.

Desvanecido

En realidad se sentía como si hubiera viajado atrás en el tiempo, a los dos años entre su divorcio y el 16 de diciembre, cuando apenas se veían, casi no tenían contacto y podían pasar semanas sin saber nada de Ella.

Pero había una gran diferencia: en aquellos dos años él anhelaba tener una oportunidad, soñaba con un milagro que pensaba que nunca ocurriría; pero en el momento actual el milagro había ocurrido y se había desvanecido, dejando la puerta bien cerrada y arrancada tras de si.

A ver quién era el guapo que superaba aquello…

Maktub

Había pasado casi una semana, pero a él le parecía casi una vida. El primer par de días fue terrible, pero aguantó. Luego Ella se fue de puente a la capital, y apenas tuvieron contacto. Pero lejos de hundirle, aquellos días le sirvieron para darse cuenta de que Ella estaba a otras cosas, que no tenía sentido seguir insistiendo, que probablemente el llavero y la despedida le habían facilitado a Ella una retirada fácil que, por Sí misma, no habría sabido como afrontar, que Ella no iba a volver.

Así que se cuidó de evitar, las canciones, los lugares, los recuerdos, el bourbon. Y aunque seguía pensando en Ella a todas horas y le dolía como una daga atravesada en las tripas, ya no tenía el nudo perpetuo en la garganta, porque estaba seguro de dos cosas: la primera, que Ella le quería, aunque no como él necesitaba; y la segunda, que todo se resumía en una sola palabra: maktub.