Descanso

Muchos le habrían tomado por loco si, después de tantas semanas de vacaciones, le hubieran escuchado decir que necesitaba un descanso. Pero era la pura realidad: necesitaba un descanso de todas aquellas semanas de la soledad más aplastante, que había aniquilado su humor y su sonrisa; necesitaba un descanso de días y más días de no hablar con nadie, y ni siquiera salir de casa; necesitaba un descanso de un amor infinito que nunca iba a ser correspondido, y que se iba deshaciendo lentamente como un barco de papel en el agua; necesitaba un descanso de todas las personas que le iban dando la espalda y desaparecían cuando más precisaba de ellas; necesitaba un descanso de su futuro precario, lleno de incertidumbres y malos augurios; necesitaba un descanso de la ansiedad, de los dolores de cabeza, de no poder dormir; necesitaba un descanso de los mensajes sin contestar, de los planes sin realizar, de las promesas sin cumplir; necesitaba un descanso de ser un mero espectador; necesitaba un descanso incluso de su Refugio, porque por estar todo el día buscando las palabras para «desahogarse» al final no dejaba de sobrepensar y hundirse más y más en su tristeza.

Necesitaba un descanso. De su vida.