Pasaban los días, y él continuaba con su vida pretendiendo que no ocurría nada, mientras esperaba ingenuamente alguna noticia Suya: iba a la compra, a la piscina en la nunca había nadie aparte de él, al gimnasio tratando de coincidir con las personas en las que tenía algún interés; navegaba por las redes esquivando al puto algoritmo que no se cansaba de bombardearle, desperdiciaba el tiempo en aquella app tan famosa imaginando empezar de cero, pero en la que era igual de invisible que en la realidad. Pero lo que más hacía era pensar; pensar, y recordar, e imaginar, y mortificarse. Porque no había nada peor que regalarle interminables horas de soledad a una imaginación desorbitada a lomos de un corazón machacado.
Pretender que la vida seguía como si tal cosa no significaba que ocurriera de verdad, como pretender que los palos no dolían no lograba que esos palos dolieran menos