Ella se mostraba más fría y distante con cada mensaje que intercambiaban, como si se viera forzada a tener que contestarle, así que él decidió plantarse: le anunció que, tal y como parecía desear Ella y totalmente en contra de su voluntad, se quitaba del medio para dejarla a Su aire. Sospechaba que cuantas más muestras de amor intentase darle, cuanto más se esforzarse por ofrecerse y recordarle su relación especial, más se iba a agobiar Ella. Porque estaba convencido de que era precisamente su sempiterna relación la que se les hacía complicada de gestionar, cuando no les asustaba directamente. Y también de que Ella, antes o después, acabaría volviendo como siempre, porque incluso Ella se convencía del «puto» hilo rojo entre ellos.
Lo que a él le costaba entender era que apenas diez días antes hubieran pasado horas y horas juntos, que Ella le hubiera besado de nuevo, que hubieran hecho planes juntos, que cinco días antes hubiera venido Ella a su rescate, que cuatro días antes hubieran estado compartiendo copas y fotos y miradas, que tres días antes Ella hubiera elogiado su atractivo… Y de pronto pareciera que él se había convertido en algo doloroso para Ella de lo que había que huir. Como si fuera parte del problema, y no de la solución.