Esta vez no lo había visto venir: el sobrecogimiento de la noche anterior se había convertido en una caída de cabeza a aquel pozo negro de tristeza y desesperación en el que no dejaba de preguntarse por qué Ella se empeñaba en alejarse de él.
Y sí, la alarma de «gran melodrama formándose en su cabeza» estaba encendida, pero que Ella empezase a no contestar a sus ya escasos mensajes, comenzaba a formar un patrón reconocible: el mismo que precedía a épocas de silencio y distancia. Pero con el agravante, esta vez, de vacaciones y viajes y semanas sin ningún tipo contacto. Semanas de soledad, de añoranza, de aflicción, de melancolía.
Así, de bruces en lo más negro del pozo y con la cabeza casi más rota que el corazón, peleaba por no agarrar la botella de bourbon y perderse del todo, porque ya no concebía no tener contacto con Ella. Y menos aún que Ella lo lograse con tanta facilidad.