Aguantó todo el día como Leónidas en las Termópilas, peleando contra los músculos de su cara empeñados en no permitirle ni un atisbo de sonrisa, apretando los dientes para contener las lágrimas en los ojos incluso por la calle, empeñándose en respirar como fuera contra el nudo que cerraba su garganta sin piedad, mintiendo a sus seres queridos con falsos dolores de la operación cuando le preguntaban por tanta seriedad, esquivando las canciones y las publicaciones y los lugares y las fotos y los planes y los Refugios… Porque Ella estaba en todas partes.
Pero al caer la noche ya no pudo más. Una canción se coló en sus auriculares en un descuido, y todo se vino abajo. Se abandonó a su tristeza, se dejó caer hasta lo más profundo de la Negrura, y lloró hasta que no le quedaron más lágrimas. Aquella noche se sintió roto hasta el mismo tuétano de sus huesos, hundido y desolado hasta el punto de desear largarse a algún sitio del que no pudiera volver nunca más. Porque mientras la tuviera cerca, mientras tuvieran personas y lugares comunes, mientras pudiera verla y pasar tiempo juntos y recibir Sus miradas, no dejaría de volver a Ella, no lograría matar aquella última esperanza de que Ella le abandonaba por no querer reconocer que le amaba tanto como él a Ella.
Había perdido la cuenta de las veces que le había dicho a Ella que sabía cuál era el precio y que estaba dispuesto a pagarlo. Pero aquella noche, con el corazón más destrozado que nunca, no tenía más remedio que admitir que su cartera estaba vacía, y que los bancos no abrían hasta el día siguiente.