Naranja

No era capaz de resistirse. Ni siquiera en un domingo con una resaca de las malas, cuando había decidido no salir de casa y dedicarse a descansar, Ella le escribió y él se fue a su encuentro.

Y se alegró de haberlo hecho, porque poder contemplarla con aquel vestido naranja, poder aspirar su perfume y tener dos minutos a solas de conexión y de casi intimidad, ya hacía que mereciera la pena. Pero, además, Ella preparó la excusa para poder verse a solas una tarde de la siguiente semana, sin que él se lo esperase y demostrando que, una vez más, lo que fuera que hubiese entre ellos seguía ardiendo con la misma intensidad y el mismo fuego que el naranja de Su vestido.

¿Cómo no iba a adorarla por encima de todo lo real y lo irreal?