Había cumplido su palabra, había asistido a Su cumpleaños. Y pese a los dolores, a las incomodidades, a los efectos de los medicamentos, le había merecido la pena: primero, por sentirse útil solventando pequeños contratiempos de la celebración; segundo, por el abrazo que Ella le había prometido; tercero, por el beso que casi se dieron en un cruce fortuito en la puerta del bar; y cuarto, por las miradas que Ella le dedicó durante toda la velada, aquellas miradas tan únicamente Suyas, aquellss miradas que decían tantas cosas.
Por eso, y pese a su estado de teórica convalecencia, se preparó una buena sesión de balcón, bourbon y música cuando llegó a casa: Ella era más Ella que nunca, él estaba más decidido a restablecerse de inmediato que nunca, y pese a que la celebración había terminado antes de lo deseado, él sentía el vínculo más estrecho que nunca.
Ojalá unos meses después, cuando llegase su propio cumpleaños, la sensación fuese la misma.