Le pidió que no se enamorase más de Ella, como si aquello fuera posible; como si después de idolatrarla durante dos décadas, aún no estuviera seguro de sus sentimientos; como si su devoción incondicional por Ella pudiera aumentar o disminuir a su antojo.
No, no podía enamorase más porque ya estaba enamorado sin medida, sin razón, sin solución. Para lo único que habían servido sus encuentros clandestinos fue para demostrarle que la espera había merecido la pena, que sabía cuál era el precio, que estaba dispuesto a asumir las consecuencias.