Fueron pocos mensajes, pero claros y concisos: mensajes de fuego, de pasión, de volcanes explotando sin ningún tipo de control. Como dos caballos desbocados, arrasando todo a su paso su carrera hacia el otro, incapaces de desoir la llamada de la piel.
Maldijo con todas sus fuerzas aquel compromiso familiar sobrevenido, que les robó a ambos la ocasión de que, por fin, aquel domingo cualquiera pudiera convertirse en «El Domingo».