¿Qué podía decir? Que Ella era así… Que cuando más abatido y resignado se sentía, cuando no era capaz de mantener una sonrisa por más de diez segundos en el rostro, Ella le había escrito para anunciarle que al final sí se verían una vez más; que cuando él la esperaba entrando como Atila en su casa, Ella vino a escucharle y conciliar; que cuando él esperaba un metro de distancia entre ellos y hielo en su mirada, lo que encontró fue Sus manos entrelazándose con las suyas, Sus brazos alrededor de su cuello y Sus labios fundidos con los de él.
Nunca pensó que aquella última vez fueran a terminar entregándose el uno al otro con el mismo fuego que siempre, nunca pensó que vería tanta trisreza en Su rostro por una despedida que Ella tampoco deseaba, nunca pensó que ambos llorarían abrazados aquella última vez.
Pero así era Ella, imprevisible y maravillosa y pasional y frágil a partes iguales. Y por eso, aunque acababan de romper y se avecinaban tiempos difíciles, aquella noche él la amó más que nunca: porque solo Ella podía ser Ella, y porque algún día solo él llegaría a ser Su Él.