Se sentía extrañamente tranquilo. A pesar de que por su cabeza continuaban volando sin control un millar de imágenes y de fragmentos de conversaciones reales e imaginarias, lo único totalmente cierto que percibía después del aciago intercambio de mensajes de los dos últimos días era que, esta vez, se había acabado de verdad. Todo se le había ido de las manos, y cuanto más trató de arreglarlo más lo empeoró, de forma que acabó convirtiendo lo que podría haber sido una pausa temporal en un salto atrás de varios años en el tiempo. Él creía que Ella le seguía queriendo, pero era evidente que la herida que le había provocado tardaría en restañarse.
Así pues, dado que al final lo había perdido todo y que nada más estaba en su mano, se convenció de que no había caso en nada seguir dándole vueltas al desastre que había provocado, y se resignó ir completo.
Lo único que podía hacer era desechar las ilusiones, los deseos y los planes que aún le quedaban con Ella porque ya no se iban a cumplir, guardar un escrupuloso silencio y rezar a cualquier deidad que le escuchase para que, más pronto que tarde, en el corazón de Ella acabase pesando más todo lo bueno y bello que habían vivido juntos, todo lo que Ella sabía que todavía podía encontrar en él, que el daño que un maldito audio grabado en medio de un mar de confusión y desesperación pudiera haberle provocado.
Que los dioses le amparasen.