Nunca más

Había necesitado un día entero para procesar lo que había pasado el día anterior: cuarenta y ocho horas antes, Ella acudía a su casa para romper con él y, a modo de despedida, se entregaban el uno al otro con una intensidad y una pasión que rayaban en lo sobrenatural. Después se despidieron, y comenzó su tormento: una agonía de dolor, impotencia, desesperanza y tristeza al ver que la mujer de su vida, la que le amaba por igual decidía salir de su vida casi contra Su voluntad.

Pero transcurridas esas cuarenta y ocho horas, y justo en el primer miércoles en que ya no se iban a ver, Ella asistió a la reunión que iba a dar un giro de ciento ochenta grados a su carrera laboral, y posiblemente a su vida. Y cuando sintió que Sus fuerzas flaqueaban no dudó en recurrir a él, a sus palabras, a sus besos y a su cama. Él la esperaba con los brazos abiertos, consciente de que o luchaba por conservarla a su lado, o su vida dejaría de tener sentido, y desplegó toda su bondad, todo su amor y todo su elocuencia para convencerla de que, aunque con más calma y moderación, su amor los obligaba a seguir unidos.

Y así fue como, tres días después de romper, habían vuelto a la casilla de salida. Con unos carnavales por delante, y con el convencimiento de que, por encima de cualquier ley o mandamiento, sus cuerpos y sus almas se necesitaban por igual. Cómo lo hicieran, si lo lograrían o fracasarían, solo el tiempo lo iba a decir. Pero una cosa sí tenía él meridianamente clara: igual que le rogaba a Ella que pensase solo en Sí misma y en Su Felicidad, su corazón había ordenado que ya nunca más se iba a rendir, ya nunca más iba a dejar de luchar por Ella, ya nunca más le iba a decir que no. Todo lo demás le daba totalmente igual.