Aunque le había arrancado la promesa de una última visita a su casa, aquella noche hizo el camino de vuelta sintiendo cómo el cielo empezaba a desmoronarse sobre él. Como ponerse los auriculares y escuchar las canciones de aquella lista que habían ido construyendo juntos no ayudó en absoluto, determinó que necesitaba volver a una noche de balcón, bourbon y auriculares.
Venciendo al frío nocturno y al cansancio, se preparó como tantas veces y abrió el grifo de sus emociones. Tardó apenas dos canciones en verse sumido en un torbellino de sentimientos encontrados, y decidió dejarse llevar del todo y no reprimir las lágrimas, porque la sola idea de lo que se avecinaba ya era lo peor que podía imaginar.
Así que sí, se permitió llorar cuanto quiso, solo por aquella noche. Porque no era lo mismo haberla añorado durante media vida que haberla tenido y descubrir que empezaba a perderla. Necesitaba concederse una noche de lágrimas y desesperación para poder levantarse al día siguiente dispuesto a pagar el precio y empezar de nuevo una vida sin Ella.
Solo una noche.