Contaba cada maldito minuto hasta el mediodía, que era la hora a la que se reuniría con el antiguo grupo, y con Ella. Nada en el mundo le impediría faltar a aquella cita, porque después de aquella mañana de Nochevieja no sabía cuando volvería a verla, ni mucho menos volver a fundirse con Ella.
Aún recordaba el momento en que, justamente cinco años y un día atrás, Ella le había espetado a bocajarro que no podía esperarle más, y se alegraba de que Su propósito hubiera fracasado tan felizmente para ambos en los últimos tres días. Tanto, que tenía la certeza absoluta de que, si pudieran, se romperían la boca a besos en el mismo momento en que se reunieran.
Pero no podían, así que tendrían que conformarse con unas gafas del sol espejo: él, para poder mirarla sin levantar sospechas; y Ella, para tener la certeza de que, a cada momento, él tendría sus ojos posados en Ella.