Ella volvió a acudir a su lado, y de nuevo hicieron gritar a su cama hasta el límite mismo de la desintegración. Que los nervios le jugasen a él una mala pasada casi le destroza, pero el tacto de Su piel, el olor de Su cuello, la dulzura extrema de Sus labios y la ternura sin límites de su mirada le sanaron casi por completo.
Contemplar aquella Diosa hecha mujer allí, a su lado, con los ojos entrecerrados y una leve sonrisa en la boca, hacía que el mundo entero careciera de importancia.