No iba a tratar de negarlo: los tres siguientes días se los iba a pasar colgado del móvil, confiando en que aparecería algún mensaje, alguna foto, alguna canción de Ella; iba a confiar en descubrir la pista, el matiz, el detalle, que le confirmase que lo que Ella publicaba, lo hacía para él; iba a continuar devanándose los sesos tratando de inventar un código secreto, o una marca, o cualquier cosa que, de forma discreta, Ella pudiera reconocer en las publicaciones de él; iba a seguir escuchando las canciones de Su cantante favorito, tal y como Ella le había pedido.
Pero, por encima de cualquier otra cosa, no iba a parar de rezarle a cualquier dios que quisiera escucharle para que aquel encuentro que habían planeado para unos días después llegara realmente a producirse: por poder hablar tranquilamente sin tapujos y sin disimulos, por poder cogerse de las manos y mirarse a los ojos durante una eternidad, por poder sentir el contacto milagroso de Sus labios de nuevo. Porque, sin ropa o con ella, poder estrecharla entre sus brazos, poder entregarse el uno al otro una vez más, poder sentir que solo existían ellos dos sobre la faz de la tierra sería como alcanzar ese pedacito de felicidad que se le había negado durante tanto tiempo. Sin ropa o con ella…
…Pero mejor sin.