Ella se reía cuando él le escribía que no podía apenas respirar después de otra sucesión de súbditos mensajes que seguían avivado la llama de una pasión incontrolable. A él se le disparaban las pulsaciones, se le escapaba el oxígeno, se le dispersaba la atención cada vez que Ella le decía que le pensaba cada minuto, que se moría por besarle, o en qué fecha intentarían verse. El efecto de aquellas palabras era tan real y tan físico en él, que hasta alguno de sus alumnos llegó a percatarse, aunque él respondía que había subido muy rápido las escaleras hasta el aula, cuando en realidad estaba buscando, inventando, organizando y planeando excusas y situaciones para poder verla aunque fuera de lejos, aunque fueran cinco minutos. Porque, después de aquellos días y de aquellos mensajes, más de una semana sin estar cerca de Ella se le hacía insoportable.
Qué larga se le iba a hacer la espera.