Recaídas

Para un adicto (a Ella) como él, era comprensible tener recaídas de vez en cuando, y una conjunción de las últimas veladas que habían compartido, los aniversarios de fechas igual de señaladas que de malditas, algún abrazo más largo e intenso de la cuenta, canciones que volaban de un móvil a otro sin mediar palabra y las malditas fotos en redes sociales había logrado que volviera a recaer, aunque fuese levemente.

Así pues, y después de muchas noches sin hacerlo, en aquella ocasión volvió a disponer la silla en el balcón, los auriculares, el vaso con hielo y la botella de bourbon, y se dejó llevar.

Pero, a diferencia de otras muchas veces iguales a lo largo de los años, aquella noche no se desesperó, no apretó los puños y los dientes hasta casi sangrar, no lloró en silencio. Porque, a base de estrellarse contra el cristal, después de un millar de cabezazos de realidad, después de verla esfumarse una vez más, ya estaba convencido de que sus recaídas serían cada vez más leves, cada vez menos recaídas.