Luces apagadas

Ella le había dicho que estaría fuera todo el puente, y encontrársela de sopetón en el mismo restaurante al que él iba le dejó totalmente descolocado. Disimuló cuanto pudo, ocultó que había hablado con Ella el día antes a costa de aquella maravillosa foto de tres años atrás, y trató de propiciar «oficialmente» el encuentro que ya habían pactado secretamente para la semana siguiente.

Así, mientras trataba de recolgarse en Sus ojos tanto como le era posible, mientras se embriagaba en Su perfume de nuevo, mientras se volvía a maravillar con Su belleza y se deleitaba con Su voz, prometió que en cuanto llegara a casa iría directo al balcón a escribir sobre Ella.

Pero cuando se sentó en la silla, armado con un bourbon doble y enfundado en sus auriculares, descubrió con una mezcla de asombro y pesadumbre que las luces de Navidad de enfrente, aquellas que brillaban durante todo el año y que él había convertido en el símbolo imposible y atemporal de su amor por Ella, estaban apagadas por primera vez en casi once meses. Incluso para un ateo incrédulo cono él, era casi inaudito ignorar semejante señal: daba igual cuánto pudiera amarla todavía, aquella historia estaba terminada del todo.