Aquella tarde se reincorporaba al gimnasio, superada la enésima rebelión de su cuerpo. Como la clase estaba llena y él era quien era, optó por colocarse en el jocosamente llamado «rincón de los castigados» para ceder mejor sitio al resto de clientes, y allí sucedió: apartado del resto, con su mente sumida en lo más profundo de sus tribulaciones, giró la vista distraídamente a un lado y la vio, allí estaba Ella.
Cuando recuperó el aliento, reparó en que el pelo, la estatura y la complexión eran similares, pero que aquella nueva compañera no tenía ni la décima parte de la belleza o el porte de Ella. Además, era absolutamente imposible que Ella se apuntara a aquel gimnasio cuando después de un año y medio, ni siquiera había hecho una visita de cortesía o deseado suerte para el negocio, hecho que él llevaba clavado como una espina en el corazón.
Recuperado del todo del «susto», reflexionó en que, después de tantos esfuerzos para controlar su cabeza y domar su corazón, parecía que su parte física no era la única que se levantaba en rebelión.