Habla sido una quedada accidental, tan accidental que Ella ni siquiera había contado con él. Pero una carambola y muchas agallas por parte de él les colocaron en un sábado de tardeo como los de los viejos tiempos.
Apenas cruzaron unas pocas palabras en toda la tarde, pero se notaba en el ambiente, él podía sentirlo como tantas otras veces antes: la vieja chispa, la vieja magia seguía allí, y sus miradas, furtivas al principio y directas después, lo confirmaban por completo.
Llegó el momento de irse, y Ella le preguntó abierta y directamente por sus planes, aunque ya sabía la respuesta, igual que él sabía que Ella también quería quedarse. Por un momento fantaseó con con la posibilidad de que se quedaran solos, y cuando Ella se colgó de su brazo se preparó para cualquier cosa que pudiera pasar. Ya no se iba a cortar, no iba a guardarse ningún tema de conversación, no iba a activar ningún freno. Tanto si Ella quería realmente pasar tiempo con él como si pretendía utilizarlo para arañar minutos y alcoholes al sábado, le iba a encontrar allí dispuesto a todo.
Pero la alineación de los planetas falló en el último instante, y Ella se vio obligada a volver a casa. Se despidieron con un largo abrazo y dos intensos besos, con la sensación de que les habían robado el partido una vez más. Y fue aquella vieja frustración de todos los sábados la que le empujó a escribirle para pedirle que se escapara y se volviera con él. Ambos sabían que era imposible, tal y como Ella le respondió, y con muy buenos y cordiales deseos ahí quedó la conversación. Pero para él, en cierto sentido, había sido liberador.
Aquellas tres simples palabras, «escápate y vente», con las que él había roto su promesa de no buscarla, habían significado mucho más que tres palabras: que, pese al silencio, él continuaba estando allí; que él sabía que Ella también le añoraba; que si Ella le buscaba, seguro que le iba a encontrar; pero también que, si él se había atrevido a romper su promesa, era porque ya no temía a nada ni a nadie, y nada le iba a frenar. Si Ella le buscaba le iba a encontrar, libre y valiente, dispuesto a todo. Porque ya habían sufrido demasiado, se merecían una pizca de disfrutar. Como aquella tarde del «anda, ven«, pero sin frenar.