Fue un día fantástico, como en los viejos tiempos. Estuvo lleno de conversaciones, de risas, de compañerismo, de cervezas, de bailes hasta las tantas de la madrugada, de miradas intencionadas, de deseos a flor de piel. Era increíble volver a sentirse estimado, valorado, e incluso deseado, no por ser el hermano o el amigo de nadie, sino por ser él mismo.
Sólo hubo una diferencia con los viejos tiempos que empañó una pizca aquella estupenda jornada: Ella no estaba, y nunca iba a estar.